Roberto Aguilar: Una línea roja innegociable
No se puede soportar el espectáculo de un ministro de Defensa apareciendo en cadena nacional
Lo de Gian Carlo Loffredo y Mónica Palencia es intolerable. Su grosera intimidación al sistema de justicia, prevalidos los dos del poder que les confiere la titularidad de los ministerios sobre los que se asienta el monopolio del uso de la fuerza; su arrogante atropello de las normas mínimas de convivencia de una democracia, que exigen de los funcionarios del Ejecutivo un escrupuloso respeto por las decisiones judiciales; su insensible desprecio por el dolor de las víctimas de un cuádruple infanticidio que involucra a las Fuerzas Armadas y por el que el Gobierno debería, como mínimo, recogerse, pedir disculpas y asumir responsabilidades, en lugar de lanzar impertinentes alharacas como las de estos dos ministros; sus amenazas explícitas y veladas… Son comportamientos propios de los recaderos de una dictadura. De las peores.
Agentes de un gobierno que, con el último resto de legalidad, perdió también todo sentido del decoro, Gian Carlo Loffredo y Mónica Palencia no vacilan en encarnar el rostro más peligroso del despotismo: aquel que no se conmueve ni ante el crimen. Y crimen de niños.
No se puede soportar el espectáculo de un ministro de Defensa que aparece en cadena nacional, en el horario estelar de la televisión, rodeado de militares, para amedrentar a una jueza por haber dictado una sentencia que no le gustó, diciéndole que “llegaremos hasta las últimas consecuencias” con el fin de castigarla. No se puede soportar que una ministra del Interior se permita amenazar a esa misma magistrada con la posibilidad de ponerle una demanda y cobrarle daños y perjuicios por el delito insólito, inventado, delirante de “persecución al Estado”.
Esto no se veía desde los peores tiempos del correísmo. Y como en el correísmo, ha vuelto por sus fueros la peregrina, ofensiva idea de un Estado titular de derechos que se reserva la facultad de condenar a sus ciudadanos (despojados de ellos) por violarlos. Esto es la muerte de los principios republicanos, la muerte de la democracia, la muerte del Derecho auspiciada por una ministra dizque defensora de los derechos humanos, como se jacta de ser cuando entra pateando al perro en la Asamblea, con la frase “no se lo permito” a flor de labios. “Persecución al Estado”: hay que ver la basura con la que toca lidiar en estos días nefastos.
¿Hasta cuándo habrá que poner por delante de estos insolentes funcionarios la crudeza de los hechos? ¿No basta aún con todo lo que se sabe? La captura de esos menores de edad, por parte de 16 militares, sin el menor respeto por los protocolos y los procedimientos, sin comunicar a sus padres, sin ponerlos a disposición de la Policía especializada en adolescentes, como era su obligación, sin dar parte a nadie. Durante 13 días sus familias los estuvieron buscando, desesperadas, y las Fuerzas Armadas que se los llevaron no dijeron una palabra. ¿Los consideran desechables? Y después de este secuestro, aparecen muertos, incinerados, con signos de tortura. Y se supone que hemos de creer que no había relación alguna entre sus secuestradores (los 16 militares) y sus supuestos asesinos, unos mafiosos en moto que los estaban buscando precisamente en el lugar donde los otros los soltaron, a 40 kilómetros de sus casas. Y hemos de creerlo porque la ministra Mónica Palencia y el ministro Gian Carlo Loffredo se insuflan el pecho de indignación moral y dicen “no se lo voy a permitir” y amedrentan y amenazan. No, señores ministros: su gobierno será capaz de todas las arbitrariedades; podrá destituir a una vicepresidenta y poner otra a voluntad, podrá hacer tabla rasa de la Constitución y de las leyes electorales. Pero el secuestro de niños es otra cosa. Esa es, por gallitos que se pongan, váyanlo sabiendo, una línea roja innegociable.