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Roberto Aguilar: El miedo llegó para quedarse

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Drones que sobrevuelan su casa; patrulleros que intimidan a su familia; uniformados que tratan de entrar en casa de su abuela

Un nuevo actor acaba de aterrizar inadvertidamente en la política ecuatoriana de la mano de la exministra de Energía Andrea Arrobo: el miedo. Y por lo que dice su Carta al país, publicada la noche del martes, por el comportamiento observable de la plana mayor de autoridades políticas del Gobierno (presidente de la República incluido y por delante) y por lo poco que ha logrado filtrarse sobre ciertos procedimientos de la administración, el miedo está aquí para quedarse.

El país no había vivido algo así desde aquella ocasión en que los gorilas del delincuente prófugo, en lo peor de su gobierno, le mandaron flores al humorista digital Crudo Ecuador como un adelanto de las que recibiría en su velorio, todo al más puro estilo Corleone, que es el que corresponde a la manera de ser de esos impresentables mafiosos y rateros.

Ahora Andrea Arrobo habla de drones que sobrevuelan su casa; patrulleros de la Policía que amedrentan a su familia; uniformados que han intentando entrar en la casa de su abuela. Y uno recuerda las infames prácticas de la dictadura venezolana, que la semana pasada nomás hacía cosas parecidas con la madre de Corina Machado. Y uno se pregunta si el tránsito del ministerio de la política a la secretaría de la seguridad protagonizado por ese silencioso e inarticulado personaje llamado Michele Sensi-Contugi, amigo íntimo del presidente de la República, que comparte con él su incomprensión absoluta por lo público, puede tener algo que ver con esta suerte de cacería en la que parecen comprometidos los organismos del Estado que deberían estar tras las huellas de Fito o de quien fuera. El país ya pasó por esto en tiempos del delincuente hoy prófugo: la noción de un aparato de inteligencia estatal convertido en órgano de espionaje, presión y amedrentamiento políticos es el rasgo más intimidante y despreciable de una dictadura.

Andrea Arrobo, a quien el Gobierno denunció ante la Fiscalía por supuesto sabotaje, a quien han llevado a juicio político en la Asamblea mientras le dedican una campaña de desprestigio en la que intervienen hasta los ministros, tiene miedo: “si digo todo lo que sé”, escribe en su Carta al país, “mi vida y la de mi familia habrá acabado”. Según el Gobierno, la actual crisis energética que nos mantiene con apagones torpemente administrados de entre seis y 14 horas, es toda culpa de Arrobo: ella ocultó, con oscuros propósitos saboteadores, toda la información que habría permitido tomar medidas oportunas. Según ella, hay oficios, informes, documentos, chats que mantuvo con el presidente de la República en los que le informa de lo que se viene. Pero no puede hacerlos públicos, dice, porque su vida y su libertad (en esto involucra también a una Fiscalía a la que acusa de estar conchabada con el Gobierno) corren peligro. En principio no se entiende cómo, una vez que se ha jugado al enunciar la existencia de esos documentos y esos chats, no puede mostrarlos. ¿Tan comprometedores son? ¿Tan sucio es lo que pretende ocultar el presidente?

Como siempre que el miedo se convierte en actor de la política, pasa a ser el actor dominante, no hay de otra. Y lo único que queda, sobre este o cualquier tema, es suponer y callar, suponer y callar.

Si Andrea Arrobo está diciendo la verdad, este puede ser el inicio de un período aún más oscuro que aquel que ya vivimos.