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Roberto Aguilar | Mugre Sur: cultura oficial

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¿Cuál es su interés como cultura oficial? Ninguno en absoluto

Que el ahorcamiento de un muñeco de cartón con la figura del presidente de la República no escandalice a nadie. ¿No vamos a quemarlo también en esta nochevieja, en un contexto igualmente ritualizado que a nadie se le ocurrirá interpretar como incitación a la violencia? Era Abdalá Bucaram quien se preocupaba por esas cosas: no sólo quiso prohibir los monigotes de fin de año sino hasta las chompas de cuero, que consideraba como distintivas de ese mismo tipo de contracultura que reivindica Mugre Sur, el grupo de herejes ahorcadores del Quito Fest.

Así es el rock, de toda la vida. “Tocaremos su música maravillosa mientras incendiemos las escuelas y liberemos a los estudiantes. Tocaremos su música maravillosa mientras incendiemos los cuarteles y tatuemos Arde-nene-arde en las barrigas grasosas de los oficiales”. Así decía el manifiesto de bienvenida a los Rolling Stones que la juventud revolucionaria de California (así se hacía llamar) publicó con ocasión de una gira del grupo británico en el agitado verano de 1968. Por supuesto que la quema, ahorcamiento, apaleamiento, empalamiento y cualquier otro tipo de tortura ejercida sobre monigotes de Lyndon B. Johnson eran parte fundamental de la ceremonia. ¿Y hemos de rasgarnos las vestiduras 50 años después? ¿No aprendimos nada? Por eso, la protesta del Ministerio de Cultura es un despropósito sin nombre que nos hace dudar si la ministra Romina Muñoz, a quien creíamos cosmopolita, es en verdad una mojigata o si está dispuesta a convertirse en una para aferrarse al puesto. Cualquiera de las dos cosas la descalifica como ministra. Porque qué pereza.

Dicho esto, lo de Mugre Sur es otra cosa. Porque bien está envejecer sobre el escenario (20 años tiene el grupo, dicen quienes han tenido la paciencia de seguirlo) conformándose con ser un fenómeno sociológico ya que para propuesta artística no les da el talento. Bien está reivindicarse como contracultura, disidencia, juventud rebelde y contestataria o lo que fuera: representantes de aquello que el secretario de Cultura del Municipio, Jorge Cisneros, definió, para justificarlos, como “la formación histórica que se ha generado en algunos espacios desde la resistencia”. Bien está, sí. Pero alguien tendrá que explicar a la ciudad (y, en el caso del Quito Fest, a los contribuyentes que lo financiaron), cómo se compagina todo eso (la rebelión, la contracultura, la resistencia…) con el hecho de haberse convertido en la expresión oficial y hegemónica de la institucionalidad cultural capitalina. Basta darse una vuelta por la Casa de la Cultura un sábado por la tarde para comprobar a quién le pertenece. Basta con revisar la lista de las autoridades culturales de Quito, los Jorge Cisneros, los Fernando Cerón, los Andrés Madrid, los cuadros correístas y octubristas que han convertido la contracultura en cultura oficial sin pararse a meditar en las consecuencias. Porque si el valor de Mugre Sur, como contracultura, es sociológico, ya que no artístico, ¿cuál es su interés como cultura oficial? Ninguno en absoluto.

Cultura oficial y de las peores: censuradores, canceladores, argollistas, nepotistas… Véase lo que hicieron en la Feria del Libro de este año, donde prohibieron la presentación de un humorista (Iván Ulchur) por considerarlo políticamente incorrecto y se distribuyeron espacios entre un grupo de amiguetes, coidearios y parientes. ¡Hay que ver de lo que es capaz la contracultura cuando maneja presupuestos públicos! Por eso, pensándolo bien, aunque el rechinar de dientes resulte excesivo, no está mal que la gente se queje del performance de Mugre Sur en el Quito Fest. Que todos digan lo que les parezca. Al fin y al cabo, se montó con nuestra plata. Apechuguen y callen.