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Roberto Aguilar | La narcopolítica tiene nombre

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En el Ecuador de Rafael Correa hubo más de 7 mil muertes violentas no explicadas que ocurrieron en la ruta del narcotráfico

Los hechos no necesitan que los auspicie una universidad. No hace falta, para que los tomemos en serio, que aparezcan publicados en una revista indexada. No requieren revisión de pares para existir. Los hechos son los hechos y se los reconoce y se los acepta o se los evade y se vive de espaldas a la realidad, construyendo “narrativas” o “relatos”, como se llama ahora a las mentiras. Los hechos no son narrativas. Los hechos son los hechos: llueve o no llueve. Punto. No hace falta llamar al INAMHI para averiguarlo, basta con asomarse a la ventana, por más que los apóstoles del control mediático repitan aquella babosada de que hay que informarse “por los canales oficiales”. Pues no: hay que tener los ojos abiertos, que es distinto.

Con los ojos bien abiertos, el investigador de la Universidad de Chicago Arduino Tomasi descubrió que, durante los años del gobierno de Rafael Correa que siguieron al cierre de la base de Manta, más de 7 mil muertes violentas quedaron sin explicar en el país. Una cifra que desafía todas las tendencias previas y que no tiene explicación estadística alguna. Esto no es una teoría, no es una interpretación, no es un “relato”: es un hecho. Ocurrió. No hay cómo negarlo. También es un hecho que esas muertes violentas no explicadas tuvieron lugar no en cualquier provincia del país, sino en aquellas que la Policía ha identificado como las provincias de tránsito de la cocaína. No es que coinciden más o menos, no: coinciden con exactitud y detalle. Lo puede comprobar cualquiera que se dé el trabajo de navegar en la página Web del INEC.

Ahora bien: puestos uno junto a otro, los hechos hablan por sí solos. Si hay un exceso de muertes violentas no explicadas (hecho 1) y éstas se sitúan en las provincias de paso de la cocaína y no en otras (hecho 2), es obvio que ambas cosas están relacionadas. ¿La gente se suicida en la ruta del narcotráfico más que en otros lugares? ¿La gente sufre accidentes en la ruta del narcotráfico más que en otros lugares? ¿O son los asesinatos los que se incrementan en relación con las mafias que operan esas rutas? Si a eso se suman el incremento exponencial del tráfico de menores (hecho 3) y de la tasa de desapariciones en ese mismo período (hecho 4), fenómenos que suelen ir de la mano con la operación del crimen organizado, no parecen quedar muchas posibilidades de interpretación.

Ya pueden gritar todo lo que quieran los Mauros Andinos, los Juan Pablos Jaramillos y otros negadores de la realidad en nombre de lo que entienden por ciencia. Ya puede berrear el expresidente prófugo y hacer alharaca sus trolls. Los hechos son lo que hay. Y estos, descubiertos por Arduino Tomasi, no sorprenden a nadie. Porque vamos a ver: llevamos años observando cómo narcos y correístas comparten abogados, estrategias judiciales y jueces corruptos; sabemos a ciencia quién era el legislador correísta que le hacía los mandados al capo Leandro Norero en la Asamblea; fuimos testigos de cómo ese mismo capo, luego del supuesto acuerdo de paz con el gobierno de Correa (y se tomó una foto con él y con su ministro Ricardo Patiño) multiplicó sus actividades delictivas y pasó de líder de una banda juvenil a franquicia del cartel de Sinaloa; nos enteramos cómo el ministro del Interior del correísmo, José Serrano, el hombre que andaba celebrando narcobodas en Manta, decidió declararle la guerra al microtráfico cuando los informes de inteligencia le decían que los carteles mexicanos estaban operando en Esmeraldas; tampoco nos hemos olvidado de la narcovalija, de los hermanos Ostaiza, del desmantelamiento de la Unidad Antinarcóticos de la Policía, del cuento chino de los radares ídem… En fin: hechos (no relatos, no narrativas, no teorías: hechos) ya los había de sobra antes de que Arduino Tomasi descubriera las estadísticas. Esto ya no se puede negar, no nos hagamos tarugos.