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Roberto Aguilar: A Pabel no se le ocurre nada

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¿Quién dijo que los concejales necesitan carros? ¿Acaso no tienen todos el suyo propio?

¿Qué puede hacer el municipio de una ciudad como Quito con 657.226 dólares que le sobran? Con un mínimo de sentido común y de criterio, muchas cosas. Podría, por ejemplo, rehabilitar seis parques de seis barrios que lo necesiten: 100 mil dólares deberían bastar para dejar un parque barrial con juegos funcionales, bancas nuevas, plantas, césped decente… Podría invertir en arborización, la mejor manera de revertir el incremento de las temperaturas en la selva de cemento y hacer de la ciudad un espacio más vivible: ¡siémbreme 657.226 dólares en árboles!, podría ordenar el alcalde Pabel Muñoz si tuviera dos neuronas. Por esa suma, no deben ser pocos. Podría, por qué no, comprar libros para la Biblioteca Municipal, que buena falta le hace actualizarse. O equipar (¿tres?, ¿cuatro?, ¿seis?) bibliobuses para que recorran los barrios incentivando la lectura. En fin, tantas cosas. Si se invitara a los quiteños a participar en una lluvia de ideas, hay gente que propondría maravillas. Al alcalde, sin embargo, no se le ocurre nada. Le ponen 657.226 dólares por delante y en su cabeza un mono de cuerda toca los platillos, como cuando Marge Simpson le recuerda a Homero sus obligaciones. Entonces Homero se pone de pie y va a comprar rosquillas. Pabel se pone de pie y compra carros. ¡Carros chinos para todos los concejales! Prioridades son prioridades.

Pregunta indiscreta: ¿quién dijo que los concejales necesitan carros? ¿Acaso no tienen todos el suyo propio? ¿Por qué la ciudad ha de pagarles otro? El carro de un concejal, es fácil imaginarlo, se pasará más de la mitad del día parqueado en una esquina. Y dentro del carro, un tipo dormido. Porque si la ciudad les paga un carro ha de pagarles también un chofer, ese es el chip que gente como Pabel Muñoz lleva en la cabeza: el servidor público no es un servidor sino un privilegiado; una persona con fueros; una persona con ventajas. Recuérdese el tema de las alarmas que la Alcaldía mandó a instalar en los barrios de los concejales. ¡Hasta las políticas de seguridad están subordinadas al privilegio de los concejales! Así opera lo que algunos despistados llaman “la alcaldía popular” de Pabel Muñoz.

Carros para todos, hay que tener jeta. Con contrato de mantenimiento, cosa que ni el metro. Con chofer a la puerta. Se dirá que los concejales salen a recorrer los barrios; que visitan obras; que despliegan sus actividades por aquella oscura entidad geográfica que los pendejos llaman “el territorio”. Si eso fuera cierto (lo será a medias en algunos casos) hay formas mucho más racionales para administrarlo que no impliquen tener 22 carros parqueados todo el día con un tipo durmiendo dentro. Cualquier persona familiarizada con el trabajo de una redacción, por ejemplo, sabría cómo hacerlo. El trabajo diario de una redacción implica que una veintena de periodistas (digamos 22, para equiparar las cosas) se movilizan a diario a los lugares más inverosímiles. ¿Se les pone un carro con chofer a cada uno? No. Se pone a su disposición una reducida flotilla que sirve a todos por igual según las prioridades (digamos, cinco carros) y se completa la cobertura contratando un servicio de taxis que se paga por carrera. Cada vez que un periodista necesita salir (en Expreso, por ejemplo) pide un carro. ¿No pueden hacer lo mismo los concejales? No, no pueden, porque se desdibujaría todo el sentido de su cargo tal como lo entiende Pabel Muñoz, a saber: ser concejal es ser privilegiado. Todo lo demás es cuento.