Premium

Roberto Aguilar: Prohibido olvidar los patifusiles

Avatar del Roberto Aguilar

Del pativideoasta y narcovalijero más famoso de la nación hay una historia que ha sido injustamente relegada al olvido

A propósito de los tales “gestores de paz”, ¿ya averiguó el país para qué diablos quería Ricardo Patiño diez mil kalashnikovs? El episodio ha sido relegado injustamente a la niebla del olvido y es uno de los tantos secretos inconfesables que el asambleísta electo del correísmo guarda en su desván, entre pativideos y pativalijas, y se llevará a la tumba. Corría agosto de 2016 y él era ministro de Defensa. Había reunido a los medios de comunicación para asistir a la apertura de unos contenedores recién llegados desde China con ayuda humanitaria para las víctimas del terremoto. Un grupo de soldados cargaba las donaciones y las disponía sobre grandes mesas para que las cámaras de televisión pudieran registrarlas. De pronto, entre las medicinas y las vituallas, aparecieron unas cajas de sospechoso verde oliva. ¡Eran los patifusiles!

Enmudeció el ministro, cambió de color, se descompuso y dejó sin responder la andanada de preguntas. Hasta el día de hoy no ha dado una explicación satisfactoria. Aquello de que se trataba de una donación en el marco de un convenio de cooperación militar con China, como se dijo más tarde, era un disparate: fusil emblemático del ‘guerrillero heroico’, el AK 47 (kalashnikov por el apellido del soviético que lo inventó) resulta incompatible con el armamento del ejército ecuatoriano, que es de fabricación israelí o estadounidense y se ajusta a los estándares de la OTAN; de hecho, los 10 mil de Patiño no se usaron nunca: se embodegaron y terminaron convertidos en chatarra. ¿A qué manos habrían ido a parar si no hubieran sido descubiertos (y grabados para la TV) por error?

Eran los días (no olvidar: Patiño era ministro de Defensa) en que las fuerzas de choque correístas recibían instrucción militar para control de manifestaciones impartida por soldados en el bosque de Miraflores, al occidente de Quito. Básicamente, eran civiles aprendiendo cómo aporrear a otros civiles. Agarrados con las manos en la masa, gracias a que alguien filtró un par de videos, los organizadores dijeron que era una mañana deportiva, un pícnic, un curso de oratoria. Pero ¿de dónde salían esas fuerzas de choque? Eran los fanatizados Comités de Defensa de la Revolución, cuya formación había sido anunciada por el propio Rafael Correa, según el modelo cubano, “para que este proceso sea irreversible”: espejismo propio de quien cree saber hacia dónde va la historia.

Ahora Luisa González habla (porque la mandaron, ella no tiene ni idea) de gestores de paz “organizando a la comunidad, organizando a los ciudadanos, organizando a los barrios” a cambio de un salario del Estado. Ya salió cierto troll (profundamente estúpido como todos los de su oficio) con el cuento de que los “gestores de paz” son un programa de la Unesco. Y claro que hay un proyecto de la Unesco con ese nombre. Pero cuando un socialista del siglo XXI habla de usurpar la organización barrial con un presupuesto de 72 millones de dólares (no 71 ni 73: 72; ¿cuántas de las promesas de la pobre y triste Luisa están ya presupuestadas?) es obvio que está hablando de otra cosa. “Gestores de paz” parece un eufemismo perfectamente adecuado para encubrir el proyecto castrista de la sociedad policial, que es lo que quisieron siempre con sus Comités de Defensa de la Revolución “para que el proceso sea irreversible”. Es el ingrediente que les faltó (pero hacia el cual avanzaron) para eternizarse en el poder. Y si lo tienen presupuestado es porque tienen el proyecto listo. En ese tipo de tareas, el pativideoasta y narcovalijero de las fuerzas de choque es un experto. Nomás falta que el país vote por la persona equivocada y tendremos a los gestores de paz patrullando las ciudades de a dos en moto, con el kalashnikov en ristre.