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Roberto Aguilar | Testigo clave, un mercenario

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La red de informantes de José Serrano conforma un auténtico servicio de inteligencia clandestino, paraestatal...

¿De dónde sabe José Serrano todo lo que sabe? ¿Quién le pasa la información privilegiada que administra con la sinuosidad de un delator y la cautela de un equilibrista? ¿Con qué criterios decide mantenerla en secreto o publicarla? ¿A cambio de qué? El exministro del Interior del correato cita partes policiales que nadie más ha visto, sabe de investigaciones reservadas que la Fiscalía no está autorizada a confirmar o desmentir, conoce sobre aquello que los capos de las mafias cocinan en las cárceles y se mantiene al día con el quién es quién en el mundo del hampa. Y, de tanto en tanto, desde el lugar donde se esconde o se refugia, porque teme por su vida y no se atreve a aparecer por el país (que el Gobierno lo metería preso, fue lo último que dijo, él sabrá por qué), suelta un dato, suelta dos, suelta tres. Como el expresidente prófugo, a quien se dio el lujo de traicionar sin que este dijera ni pío, seguramente porque él también le tiene miedo, vaticina atentados, masacres, incendios y crímenes antes de que se produzcan. Y, una vez perpetrados, calla: no sabe nada, no ha visto nada, no conoce a nadie. ¿A quién sirve? ¿Contra quién conspira?

La red de informantes de José Serrano (¿policías corruptos, funcionarios comprados, mafiosos, abogángsters?) conforma un auténtico aparato de inteligencia clandestino, paraestatal, mercenario, personal y secreto que no rinde cuentas a nadie sino a él, si acaso. Porque no está del todo claro quién controla a quién en este juego de información y poder, si Serrano a sus informantes o los informantes a su Serrano. Lo único claro y evidente es que nadie aquí, y él menos que nadie, trabaja en beneficio público sino a nombre de los más oscuros intereses.

Esta semana, luego de su fallida presentación en la Asamblea, en el juicio político de la ministra del Interior Mónica Palencia (fallida por irregular, pues se pretendió tender una emboscada a la ministra presentándolo a él como prueba no anunciada) sorprendió con un video de 13 minutos en el que despacha “el primer listado de varios que tengo en mi poder” con los nombres, relaciones, parentescos, vida y supuestos milagros de 15 oficiales corruptos de la Policía Nacional: el que clandestinamente permitía a la novia de Fito entrar y salir de la cárcel; el que tenía bajo su control las operación de las pistas de aterrizaje de los Choneros en Manabí; el que negociaba con sustancias ilícitas cuya quema debía supervisar… Solo son unos pocos nombres de-los-muchos-que-yo-me-sé, viene a decirnos Serrano. ¿Qué espera para hacer públicos los otros? ¿Protege a alguien? ¿Está negociando algo? ¿Se lo tienen que autorizar? Está claro que la mitad o más de lo que José Serrano sabe es inconfesable. Y que lo publicable, lo es porque alguien saca provecho de ello.

Policías involucrados con el narco. Él, que como ministro del Interior oficiaba matrimonios millonarios de narcos en Manta; él, que declaró al microtráfico como objetivo principal de la lucha contra las drogas del gobierno en 2014; él, que se puso a cazar vendedores de funditas en las esquinas mientras los informes de inteligencia sobre las actividades del cartel de Sinaloa en Esmeraldas y Manabí dormían en algún cajón; él sin duda sabe de lo que habla. Que en este país haya personas que continúen ofreciéndole micrófonos a semejante mercenario; que incluso en la Asamblea exista legisladores (correístas, claro, eso no es novedad) dispuestos a usarlo como pieza clave de sus conspiraciones políticas; que se pretenda llamarlo a rendir testimonio en el juicio político a una ministra, cualquiera que esta sea… Todo eso no es sino el síntoma de la profunda descomposición institucional de la República. Serrano es el rostro de una política sin moral y sin principios.