Roberto Aguilar | Se viene el simulacro de debate
¿Cómo es posible que Daniel Noboa nos mintiera tan impunemente y por la jeta en el debate presidencial del año pasado?
¡Hay tanta hipocresía en torno al debate presidencial! Y, en los últimos tiempos, ¡tantos supuestos no demostrados!
Supuesto número uno: al debate del año pasado se le atribuye el éxito del candidato Daniel Noboa, que era uno del montón y dizque salió de ahí convertido en presidente. Dicen que a su intervención en el debate se debe su imprevisto, sorprendente repunte en el índice de preferencias electorales. Y su victoria. ¿Será? En ese supuesto se fundamenta este otro: la idea de que el debate presidencial, incluso en los términos deplorables en los que está planteado, incluso con el formato ridículo que le han dado, es utilísimo. Más aún: decisivo. Si Daniel Noboa ganó la presidencia gracias a lo que dijo e hizo en el debate, es obvio que éste contribuye a la toma de decisiones por parte de electorado, está clarísimo. Salvo que no hay manera de comprobarlo.
Asumiendo que así sea, que efectivamente el debate de los candidatos a la presidencia tiene un efecto importante en el desarrollo de las elecciones como lo sugiere el ejemplo (nunca demostrado) de Daniel Noboa, resulta evidente que ese efecto es, o puede ser, terriblemente negativo. Porque vamos a ver: ¿qué recordamos de la intervención de Daniel Noboa en el debate del año pasado? Sobre todo, aquella burrada de que el problema del sector eléctrico nacional no es de generación sino de transmisión. ¡Lo dijo con tanta pasta y con tanta seguridad en sus propios datos! Luego resultó que esos datos (precios del megavatio, capacidad instalada, etc.) no pasaban la simple prueba del ‘fact checking’, pero de eso nadie se acuerda. También recordamos su voluntad de no confrontar con el correísmo, como cuando tuvo que replicar las mentiras que despachó Luisa González sobre Coca Codo y se fue por las ramas. Porque su consigna era ser pro, no anti. Toda esa basura diseñada por sus estrategas de ese entonces y que a estas alturas ha quedado en el olvido porque hoy le conviene más ser identificado como la cabeza visible del anticorreísmo, postura que probablemente encarnará en el debate del próximo domingo, si es que asiste, y que también es mentira.
Hoy sabemos que Noboa nunca tuvo la más pálida idea de lo que había que hacer en el sector eléctrico. Sigue sin tenerla. Y que pactará o romperá con el correísmo, alternativamente, según le convenga. Así que si algún efecto hemos de conceder al debate presidencial, si tomamos por cierta la hipótesis de que Noboa ganó por lo que dijo en él, es, en el mejor de los casos, su capacidad para meternos el dedo. Hasta el píloro.
Con sólo ir un paso más allá empezaríamos a sincerarnos. Por ejemplo, si nos preguntáramos cómo fue posible que Daniel Noboa nos mintiera tan impunemente y por la jeta en el debate del año pasado. Por poco que pensemos en esta cuestión, la respuesta surge espontáneamente: porque en el supuesto debate presidencial, dados los términos deplorables en los que está planteado y el formato ridículo que le han dado sus organizadores, no hay debate en absoluto. Tanto es así que, si en lugar de dividirlo en dos tandas de ocho candidatos cada una se lo dividiera en dieciséis tandas de a uno, el resultado sería exactamente el mismo: los 16 dirían lo que les dé la gana. Sin réplica. Resultan más útiles las entrevistas que algunos medios están haciendo en estos días. Ya va siendo hora de dejar de llamar “debate” a esta bobería. “Presentación de candidatos” sería más preciso.