El derecho a pasar de agache
"Todo el mundo sabe que esta crisis es la peor de la historia del país y, sin embargo, todo el mundo espera que se respete su derecho a pasar de agache".
Aquí nadie se hace responsable de nada. A estas alturas de la cuarentena, difícilmente quedará alguien en el país que no sea consciente de la dimensión de la crisis. La más grave de nuestra historia, coinciden todos los analistas. Aun así, cada día aparecen más personas, más grupos, más gremios, más sectores convencidos de su derecho (constitucional, dicen algunos) a pasarla de agache: que paguen todos, menos yo.
“No nos hacemos responsables” es la frase de los dirigentes de la Conaie que podría servir para representar este momento. Sí, el país necesita liquidez urgentemente. Pero ni se les ocurra eliminar el subsidio a los combustibles. Aunque se trate de una distorsión monumental que beneficia a quien no lo necesita, como todo el mundo sabe. Este sería el momento (“el momento histórico”, dijo el ministro de Energía) para sentarse a negociar por lo menos la focalización de esos subsidios. Pero ni eso. Verdad es que el coronavirus lo ha cambiado todo pero, en lo que tiene que ver con nosotros, dicen los dirigentes de la Conaie, todo debe seguir igual. De lo contrario, “no nos hacemos responsables de lo que pueda ocurrir”.
Y así, medio mundo.
Hay quienes creen que la mejor manera de salir del hueco es pedir préstamos a los organismos multilaterales. Recursos externos, recursos externos, claman a los cuatro vientos. Pero eso sí, cuidadito con pagar la deuda externa, ni se les ocurra. Es una religión. ¿Y quién nos va a prestar si nos negamos a pagar? No se hacen responsables.
Algunos tienen la divisa no-más-impuestos tatuada con fuego en la frente. Aunque se trate de un pago especial por una ocasión única. Aunque se aplique a las utilidades de los que más ganan. No más impuestos: es otra religión. De todo lo demás, no se hacen responsables.
Otros saben que sus empleadores están al borde de la quiebra y difícilmente sobrevivirán si no renegocian sus contratos, si no llegan a un acuerdo sobre nuevas jornadas y modalidades de trabajo. Pero no ceden. Cualquier cosa menos eso. Los derechos adquiridos son irrenunciables. Que se precarice todo menos el empleo, dicen las iglesias sindicales. Ellas tampoco se hacen responsables.
Aquí todo el mundo piensa igual que la Conaie: que el coronavirus lo cambie todo, menos mi metro cuadrado.
Ahora también las universidades se suman a este coro. Ellas tienen su propia religión, que se expresa en una declaración del rector de la Estatal de Guayaquil, Roberto Passailaigue, sorprendente y demoledora para venir del representante de una institución que, se supone, es la sede de la razón. “Sabemos que si no hay ingresos no puede haber egresos”, dijo él en una entrevista con diario El Universo, “pero las normas constitucionales establecen que no se puede reducir los presupuestos”. En otras palabras: sé que lo que estoy pidiendo es un imposible y un absurdo, pero es un imposible y un absurdo legal.
En otros países las universidades, epicentro del pensamiento científico, se encuentran en la vanguardia de esta batalla cuyo éxito depende, precisamente, de la ciencia. Aquí, en cambio, con manifestaciones callejeras que atentan contra la salud pública, están defendiendo la intangibilidad de su metro cuadrado. Reivindicando, como todo el mundo, su derecho a pasar de agache.