Cynthia en la cresta de la ola
La alcaldesa perdió completamente el sentido de lo público. Ya ni siquiera es capaz de reconocer el monumental conflicto de intereses que implican los negocios de su exmarido’.
Hay gestos políticos que no pueden ser juzgados por fuera de sus formas.
Desde que mandó a invadir la pista del aeropuerto, a inicios de la pandemia, la alcaldesa de Guayaquil está ‘on fire’. En el eufórico momento de afirmación personal por el que parece transitar su vida en la actualidad, arrebatada por su nueva personalidad de G. I. Jane de pelo suelto calibrada al modo no-me-toquen-que-me-inflamo, Cynthia Viteri ha perdido todos los papeles. Su conducta conjuga dos actitudes incompatibles con el servicio público: la susceptibilidad y la altisonancia. Probable víctima de una exagerada percepción de su propia personalidad, cuya expresión gráfica es una firma de tres cuartos de página no menos ampulosa que la de un monarca barroco o un déspota tropical, Viteri parece vivir en un estado de permanente crispación que harto a menudo se resuelve en grito. El recurso a la grosería es su mecanismo de defensa inmediato ante cualquier aproximación que ella considere como amenaza. En otras palabras: es intratable.
La respuesta que escribió en mensaje de WhatsApp a Blanca Moncada, periodista de este Diario que descubrió los trapos sucios de su exmarido, demuestra hasta qué punto la alcaldesa ha perdido la noción de cómo comportarse en la esfera pública. “Pregúntele lo que le dé la gana. NO SOY SU MADRE” (así, en mayúsculas, o sea a gritos). “Tampoco soy la secretaria del señor. Búsquelo donde quiera”. Ni Nebot en los tiempos del ven-para-mearte se habría permitido un comportamiento tan destemplado con una profesional que no le ha faltado al respeto y no hace más que su trabajo. Hay un elemental sentido de la cortesía que obliga a aquellas autoridades atadas a la servidumbre de la representación. No, en este caso, por Blanca Moncada (aunque también), sino por sus miles de lectores que se merecen respuestas. Cynthia Viteri se comporta como si su propio divismo, recién descubierto o no, fuera más importante que la dignidad que ocupa y que la convierte en objeto del escrutinio público y el control social por mucho que la irrite.
El caso es que la alcaldesa se nos fue: perdió completamente el sentido de lo público. Ya ni siquiera es capaz de reconocer el monumental conflicto de intereses que implican los negocios de su exmarido: resulta que el Concejo Municipal que ella preside reforma una ordenanza para el desarrollo de la zona donde se levantará el futuro aeropuerto de la ciudad y cuatro días después, cuatro, el tal Joaquín Cupertino Villamar (en esa época, marido aún), se gasta los millones que no tiene (o por lo menos no declara) comprándose 81 lotes de terreno en esa privilegiada zona de expansión. Da grima escuchar las explicaciones de la alcaldesa: que estaban casados en régimen de separación de bienes, dice, como si eso absolviera todas las dudas y la eximiera a ella de más explicaciones. Está claro que no entiende nada de nada.
La cosa termina con la alcaldesa victimizándose en un insidioso y retorcido comunicado público donde se acusa a ciertos periodistas, que no nombra, de reunirse con ciertos personajes ricos, que tampoco nombra, para tramar ciertas cosas sucias que “me reservo”. “Para otra ocasión”. Por la jeta. Y con un piquete de manifestantes ejerciendo presión en la puerta de este Diario. Para que el periodismo no haga preguntas: notable clamor popular. Que no los mandó ella, dirá Viteri. Lo cierto es que ahí estaban. Uno empieza por olvidarse de las formas y termina convertido en un personaje peligroso.