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Otro nostálgico de la Supercom

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"Recordar a Morales como el gran futbolista y llamarlo “prefecto del pueblo” es un insulto a los muertos de la pandemia, víctimas de un sistema de corrupción que les privó de medicinas y atención"

“Cuando muera El Loco -escribió el lunes una tuitera inteligente- lo recordaremos por su amor a la guatita, porque nosotros, los ecuatorianos, no hablamos mal de los muertos”. Justísimas palabras: dedo en la llaga de la mojigatería nacional, de la que Luis Fernando Torres, exasambleísta ambateño, hace méritos para convertirse en máximo exponente. ¿Acaso basta una muerte prematura para hacernos olvidar todos los delitos, todas las corrupciones, todos los crímenes? Sí, basta y sobra para Torres y una legión de figuras públicas que, como él, eligieron (y prescribieron, atrevidos) recordar a Carlos Luis Morales como el futbolista estrella de hace treinta años y no como el político corrupto de hace ocho días. “Se ha ido con un infarto el mejor arquero de Barcelona y un prefecto del pueblo”, escribió Torres. “Prefecto del pueblo”. ¿No es un insulto a los muertos de la pandemia, víctimas de un sistema de corrupción que les privó de medicinas, exámenes y atención eficiente? “Prefecto del pueblo”. ¿Está hablando en serio Luis Fernando Torres?

Una afirmación de ese tamaño no puede hacerse gratuitamente. Y Torres, para llegar allá, hace su recorrido. ¿Niega la existencia de un esquema de corrupción instalado en la prefectura de Morales para lucrar de la pandemia, de la enfermedad y de la muerte? ¿Niega la responsabilidad del prefecto en ese crimen? ¿Niega los documentos, las evidencias, los hechos? Quizás no, pero sí niega (y esto es peor) el derecho de la sociedad a discutir sobre esas cosas hasta que concluyan las debidas diligencias judiciales. Lo suyo es una superstición: cree que la realidad solo es real cuando ha sido consagrada en los rituales respectivos.

“Que la trágica muerte de Carlos Luis Morales -escribió- sirva para que no se linche mediática, judicial y políticamente a nadie, cuando ni siquiera ha terminado una instrucción fiscal”. Torres cree que el periodismo no tiene derecho a investigar, a exponer y denunciar a los corruptos. Que su tarea es fungir de notario de las cosas juzgadas. ¿Qué debe hacer un periodista cuando descubre y documenta un caso de corrupción? Según su lógica, denunciarlo en la Fiscalía. Esta manera de pensar excluye el debate público de la ecuación y atribuye a los ciudadanos, en consecuencia, una minoría de edad eterna. Dice defender así la presunción de inocencia, como si el libre debate y la información sobre la corrupción tuvieran efectos judiciales y privaran de derechos a los acusados. Es su teoría la que priva a la sociedad del derecho a defenderse de los que lucran a sus costillas. ¿En qué se diferencia Torres en este aspecto de Correa? En nada.

¿No es inquietante que se sirva Torres del verbo “linchar”, acuñado en este contexto por el déspota que construyó un sistema de impunidad y de control de la información y del debate público en el que estaba prohibido llamar corruptos a los corruptos? El infarto que mató a Carlos Luis Morales es un hecho trágico y lamentable pero es el resultado de sus propias y libres elecciones. Culpar al periodismo es, simplemente, una canallada que pasa por alto el tema de fondo: la corrupción, que Torres ni se molesta en mencionar.

¿Qué diría el exasambleísta si Rafael Correa muriera hoy? ¿Cómo nos permitiría recordarlo? ¿Hasta qué extremo puede llegar su mojigatería?