Una placa Petri de sicarios
Lenín Moreno hizo todo para empeorarlo, es cierto, pero este esquema perverso en el que los grandes carteles entran y salen a sus anchas del país...
Ellos construyeron la cárcel de Latacunga. Cuando uno de los suyos, Jorge Glas, fue trasladado hacia allá, pusieron el grito en el cielo: sabían exactamente qué clase de hueco inmundo habían hecho y para qué lo habían hecho. No podía su propio exvicepresidente terminar encerrado en un lugar así: sin agua, sin electricidad, sin luz del sol, sin baño (esta lista de calamidades la hicieron ellos)... Montaron una rueda de prensa, con Ricardo Patiño por delante pidiendo dignidad para los reos, e interpusieron ante los jueces algún recurso mediante el cual el abogado Harrison Salcedo consiguió la autorización para echar abajo un muro de la cárcel y permitir así el acceso de Glas al servicio higiénico (eso y la libertad del chonero Rasquiña son dos de los grandes logros de este distinguido jurisconsulto).
Y que conste que era 2018. ¿Pretenderán que a Lenín Moreno le bastó un año de gobierno para arruinar a tal extremo la cárcel que ellos pregonaban como un modelo para América Latina? Pues no. El propio Harrison Salcedo, para demostrar la inhabitabilidad de la cárcel de Latacunga, recurrió a testimonios de 2014 y 2015. Los que llenaron el país de megacárceles sin agua, sin electricidad, sin luz del sol, sin baños (huecos inmundos donde cualquier rehabilitación es imposible), fueron ellos. Ahora que tienen la oportunidad de avanzar un par de casillas en el tablero de Monopolio por el que entienden la política, claro, se rasgan las vestiduras y se llenan la boca de la palabra “rehabilitación”. Y hablan, como Marcela Aguiñaga, con lágrimas de cocodrilo tan habituales en ella que ya parecen tatuadas en sus mejillas, de “el horror de las cárceles”. Es gente que no se hace cargo de lo que hace. Gente que concibe la política como una actividad incompatible con los valores. Gente inmoral, en fin.
La sobrepoblación de las megacárceles empezó con ellos. En 2014, para ser exactos. Ese año se inauguró la de Latacunga. Ese año, el entonces ministro de Policía, José Serrano, desatendió los informes de inteligencia según los cuales el cartel de Sinaloa controlaba la costa norte del país, desde la frontera hasta Manabí, y usaba el puerto de San Lorenzo como un embarcadero de confianza; simplemente ignoró esos informes, declaró la lucha contra el microtráfico como prioridad máxima de la política antidrogas y se fue de caza al barrio Garay en Guayaquil y a La Mariscal en Quito. Ese año, y los siguientes, la cuenta de Twitter de la Policía se llenó de fotos ridículas de pírricas capturas en las que se veía una navaja, 200 dólares en billetes de 20 y ocho funditas. Ese año, en fin, se produjo el primer amotinamiento en Latacunga. Hoy José Serrano, correísta otra vez, aún tiene la jeta para echar al gobierno actual la culpa de lo que está ocurriendo en las cárceles. Y Marcela Holguín (pobrecilla, nació ayer) dice que todo empezó en mayo de 2019, que fue cuando ella se enteró y lo denunció en la Asamblea.
Pues no. Lenín Moreno hizo todo para empeorarlo, es cierto, pero este esquema perverso en el que los grandes carteles entran y salen a sus anchas del país, los microtraficantes entran y salen por gruesas de la cárcel y el sistema penitenciario se convierte en un laboratorio para la delincuencia organizada, una Placa de Petri para cultivar sicarios, eso, es un invento de ellos. Los que hoy se hacen los vírgenes.