Roberto López: ¿Con quién hablaba Luisa?

Ni así pudo salir victoriosa doña Luisa
En el minuto 8, antes de la frase presidencial “Luisa, veo que las cifras las tienes mal”, se la ve mover los labios de forma casi imperceptible. Le hablaba a alguien. Lo hizo varias veces durante el debate. Lo que no logro entender, es ¿por qué Luisa le hablaba al ‘apuntador’? Si a ambos les dieron un ‘ear microphone receiver’ para recibir instrucciones sobre mirar a la cámara, el tiempo restante, etc., no tenían por qué hablarle a nadie. El presidente no lo hizo nunca.
Nuestro confiable CNE organizó un debate presidencial con una brecha en la seguridad: Luisa tuvo la posibilidad de recibir instrucciones externas desde cualquier lugar fuera del set. Aún desde la lejana Bélgica o los cuartos de guerra en México.
-No seas bruto, ve. El CNE controla la señal.
-No me hagas reír. Snowden hackeó el sistema de la Agencia de Seguridad Nacional. Hoy no hay blindajes. No debió permitirse audífonos. Jamás sabremos con quién se comunicó Luisa durante el debate. Del presidente no hay por qué preocuparse. A él nadie le dice qué responder. A Luisa, sí.
Gracias al CNE es posible que hubiésemos estado viendo un debate de ventrílocuo. Y que -tal como procedía Sulliman al hacer hablar a Don Cheto- Luisa respondiera lo que su asesor le acotaba. ¿Fue el fugitivo belga, quien haciendo de Sulliman le respondía a nuestro presidente? Porque los repetidos lapsus en que Luisa respondió ‘en mi gobierno’ huelen a que pudieron haberle estado hablando desde Bélgica o México, ordenándole: “dile, durante mi gobierno tal cosa”. Y gracias al ‘genial’ CNE, las respuestas pudieron llegarle por el audífono. Así, una impreparada candidata pudo intentar ponerse a la altura de un cerebral y mesurado contendor en el debate presidencial.
No se ven debates con audífonos. Y... ¿podemos estar seguros de que la persona que entregó las preguntas ‘en sobre cerrado’ [risas] al moderador, no se las dio antes a alguien? ¿Ya olvidamos a quiénes nos enfrentamos?
Ni así pudo salir victoriosa doña Luisa. La mesura y aplomo del presidente se impusieron sobre el descontrol emocional de una atolondrada aspirante al sillón de Carondelet.