Tessa
Solo hay una Tessa. No solo por su nombre poco común, sino por su bonachona sonrisa de oreja a oreja que te encanta al instante de conocerla. Sus amigos saben lo jovial y estupenda persona que es.
Cuando mi esposa, Liliana (+), Gina, Delia, Vivi, la Nena y casi “todo el mundo” trabajaba en el Banco de América, Tessa era la cambista. Al poco tiempo de cerrar sus puertas el banco -emprendedora como pocas- se abrió paso en un mundo de hombres y montó su oficina de cambios. Su honestidad y decencia la hicieron posicionarse en un negocio en el cual la palabra valía oro al momento de cerrar una transacción.
Hoy Tessa se encuentra postrada. El miserable que la agredió lo hizo con una saña inaudita. Le destrozó la cara a golpes, le rompió las costillas, le perforó un pulmón y es probable que su visión quede afectada para siempre. ¿Era necesaria tal crueldad y violencia con una mujer de más de 60 años, solo para robarle sus tarjetas de crédito?
¿Qué porquería de “civilización” es esta? ¿Dónde está la isla de paz que nos legó León Febres-Cordero? Claro… hay una diferencia fundamental entre perseguir narcos y… nombrarlos ministros de Estado. O entre una Constitución que saca a los pillos a las calles y otra que solo permite encarcelarlos. Las medidas alternativas a la privación de libertad en el 98 no eran “prioritarias”. Si delinquías ibas preso. Eras un reo, un recluso, un convicto. No un PPL u otras mariconadas.
-¡Uy! -No te me asustes. Mira el diccionario.
No cabe duda de que Correa convirtió al Ecuador en un narco-Estado. Y que la culpa de nuestra realidad no es de un gobierno que recién se instala, sino de él. Y nuestra, por permitir que la banda que nos llevó a semejante estado de postración siga participando en elecciones e impidiendo los cambios que el país demanda. Así como se desnazificó Alemania, hay que descorreizar Ecuador, aunque el mundo de cristal se horrorice. Se lo debemos a Tessa y a muchos como ella. A nuestros hijos y nietos. A los que no tienen voz. A la gente decente de este país. No más delincuentes. Ni en las calles, ni en la función pública.