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Rosa Torres: ¿Policías o extorsionadores?

Avatar del Rosa Torres Gorostiza

La línea entre el combate al crimen y la complicidad con él es cada vez más difusa

El número de policías y militares vinculados a actividades delictivas va en aumento, mientras las jefaturas de los cuerpos de seguridad del Estado han hecho poco por depurar sus filas de los elementos corruptos que socavan la institucionalidad y alimentan la desconfianza ciudadana.

Pese a los operativos ejecutados en zonas críticas de Guayaquil y Durán, que han dejado como saldo armas incautadas y detenidos, no se ha logrado una reducción significativa en delitos como extorsiones, secuestros y asesinatos. Estas dos ciudades siguen entre las más golpeadas por la violencia que desangra al país.

La participación de policías en actos de secuestro y extorsión ha deteriorado aún más la confianza de la población. Y sin el respaldo ciudadano es imposible enfrentar con éxito al crimen organizado. A esto se suma la falta de un plan estratégico a nivel gubernamental que impulse, simultáneamente, una depuración profunda de las fuerzas de seguridad y acciones contundentes para debilitar a las estructuras criminales.

La desidia de los gobiernos locales también pesa. Aunque está demostrado -como ocurrió en Medellín- que la recuperación del tejido social es clave para frenar la violencia, muchas autoridades optan por priorizar la agenda política en lugar de trabajar por el bienestar de los barrios más vulnerables. 

En esos sectores, donde las pandillas y mafias han reemplazado al Estado como referentes de poder, la ausencia institucional es el caldo de cultivo perfecto para la expansión del crimen. La falta de servicios básicos, oportunidades laborales y espacios seguros convierte a miles de jóvenes en blanco fácil de las estructuras delictivas, que los reclutan con promesas de dinero rápido y pertenencia. Contra eso hay que luchar.

Hoy no hay autoridad civil, policial ni militar que pueda garantizar que los mismos uniformados que participan en operativos contra las mafias no sean parte de ellas.

El miedo se ha instalado en los hogares. La gente desconfía incluso de sus vecinos. La realidad ha demostrado que no existe lugar seguro. Por eso ya no sorprende que una banda irrumpa a martillazos en la casa de un futbolista para secuestrarlo. Con paños tibios no se cura la infección.