Rosa Torres: Desprestigio tecnocumbiero
Los espacios legislativos deben ser respetados. No pueden convertirse en circos romanos, pagados con recursos del Estado
La explicación del asambleísta oficialista Hernán Zapata sobre la presentación de un grupo de tecnocumbia en uno de los salones de la Asamblea no hace más que mostrar el bajo nivel de cultura de los legisladores que tiene la Asamblea Nacional y el alto grado de descoordinación que existe entre ellos y el área de administración.
Que Zapata diga que un problema de coordinación generó el ‘impasse’ porque el género musical escogido no fue el acordado con el gremio artesanal y que era tarde para suspender la contratación, deja al descubierto la carencia de cuidado en las programaciones.
¿Qué tiene que ver un grupo de tecnocumbia con los maestros de la rama de la belleza, peluquería y cosmetología? ¿Cómo se pretendía enaltecer el trabajo de estos artesanos con un canto tecnocumbiero?
No basta con que el asambleísta Zapata se comprometa a organizar de mejor manera eventos futuros, porque el pueblo no lo eligió a él y a los demás congresistas para que estuvieran de organizadores de eventos ni de aupadores de actividades gremiales. Lo que menos necesita el país es que ellos pierdan el tiempo en estas actividades, como si no hubiese urgencias estatales que atender, como el aportar, desde el Legislativo, con lo que permita al país salir de la crisis energética y económica que, en parte, ha sido provocada por la corrupción y las malas decisiones políticas.
Que la presidenta de la Asamblea, Viviana Veloz, presente una queja contra Zapata y que le atribuya a él la responsabilidad exclusiva de las tecnocumbieras cantando en el salón José Lequerica no elimina ni el hecho ocurrido ni el daño causado a la cada vez más destruida imagen de la Asamblea Nacional. No es que ese género musical no sea una expresión artística digna, sino que no pueden utilizarse ni los espacios ni los recursos públicos con la ligereza con la que se lo está haciendo.
Solo falta que los asambleístas acuerden entre ellos, con la venia de las autoridades, que los salones del Poder Legislativo se conviertan en circos romanos o escenarios de la risa para el disfrute popular, en los que actúen payasos y malabaristas vestidos con saco y corbata.