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Una ciudad de apagones

Avatar del Rosa Torres Gorostiza

Guayaquil se ha convertido, por la desatención y el quemeimportismo de las autoridades nacionales y locales

Los apagones ocurren varias veces al día en distintos sectores de Guayaquil, como si el efecto dominó fuese el denominador común de las vetustas redes eléctricas que no soportan el crecimiento de la demanda energética, ni el desorden generalizado de una ciudad en donde todos los servicios, básicos o no, fallan: el transporte público, las telefonías fijas y móviles, el alcantarillado sanitario y pluvial, el agua potable y la recolección de basura.

Los cotidianos y repetidos cortes de energía por caídas de postes, daños en los transformadores o saturación de las líneas de conducción impactan negativamente en la tranquilidad de los hogares y en la economía de los negocios y la industria. Pero no hay autoridad del área energética, ni gobierno local que responda a los reclamos ciudadanos, que caen en un buzón sin fondo, como si el servicio de energía no fuese indispensable para el desarrollo de los pueblos.

Los últimos sismos en el sur del Guayas, que remecieron los postes de los tendidos eléctricos, dejaron a algunos torcidos; semanas después, estos siguen así, con el peligro de que en cualquier momento caigan.

Cuando los apagones ocurren después de la siete de la noche o antes del amanecer, el terror se apodera de quienes están en la calle o saliendo de sus hogares, porque deben esperar a el transporte a oscuras, en una ciudad donde la inseguridad escala a pesar de los estados de excepción y un toque de queda que no impiden el accionar del crimen organizado, la delincuencia común y el tráfico de drogas.

Guayaquil se ha convertido, por la desatención y el quemeimportismo de las autoridades nacionales y locales, en la ciudad de los incesantes apagones y no me refiero solamente a la desesperante falta de energía, sino a la escasez de oportunidades laborales por la quiebra de los negocios o los cierres obligados por los vacunadores, que provocan el mismo fin.

¿Quién quiere invertir en una ciudad donde, si no falta el agua, se va la energía; si no falla la telefonía colapsa el alcantarillado; y donde la movilización humana encuentra tantos obstáculos que la tardanza en los traslados también suma gastos, porque la pérdida de tiempo también es pérdida de dinero. Así es el Guayaquil del fracaso político de quienes la han administrado.