Cuba o los gritos del silencio
A Cuba la enterraremos en el olvido: lo hemos hecho por décadas. Y si somos como nuestro canciller, impresentable en este tema, usaremos lenguaje diplomático...’.
Las protestas más potentes que ha sufrido la dictadura cubana hoy son un eco adormecido en los noticiarios o redes sociales. Y en nuestras conciencias de demócratas farsantes.
Como a esos huéspedes inesperados que nos apestan al tercer día, al clamor de uno de los pueblos más maltratados del planeta lo hemos despachado con una solidaridad de centavitos. Que venga el siguiente titular a darnos nuestra dosis diaria de noticias que no dejan huella. Allá Cuba que vea cómo se las arregla. Ya cumplimos con lanzar un tuit de ocasión cargado de “bendiciones”. Para hipócritas, nosotros.
Los jerarcas del partido gobernante, el único que puede ser votado en ese remedo de elecciones que hay desde hace 62 años en la Isla, están felices porque el hastío de los cubanos ha sido respondido con la tibieza de quienes ven la tragedia a mil kilómetros de su refrigerador lleno.
Y si algo no tiene la mayoría de los cubanos es eso. Ni un ropero con 4 blusas y 3 pares de zapatos servibles. Ni servicio de luz que dure una bendita semana. ¿Han visto ustedes alguna vez una tarjeta de racionamiento? ¿Se imaginan una vida en la que todo, desde una libra de carne vacuna hasta una toalla sanitaria sea racionado? ¿Tolerarían vivir donde una pasta dental, un papel higiénico que no raspe, un frasco de oliva y hasta un condón sean artículos de lujo? Que quede claro: decir en Cuba “tómese un suplemento de Ensure” es ciencia ficción…
A esa Cuba la enterraremos pronto en el olvido: lo hemos hecho por décadas. Y si somos como nuestro canciller, impresentable en este tema, usaremos lenguaje diplomático para que el mensaje quede bonito: “el gobierno ecuatoriano hace votos por el restablecimiento de la paz social en Cuba”. ¿Cuál paz, señor ministro? ¿La de las voces acalladas y los dictadores tan campantes? Y ahí sigue despachando, pese a que el presidente Lasso, o sea su jefe, lo desautorizó en un tuit. Debió haberlo despedido.
Como deberíamos despedirnos todos, mientras los cubanos siguen luchando. Gritando ellos, desgarrándose, mientras alimentamos nuestra solidaridad del modo que mejor nos gusta y nos define: con el silencio.