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Rubén Montoya: La degradación

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El proceso de descomposición de nuestra política ha sido voraz

No es que alguna vez hayamos sido un ejemplo de país, pero en varias hicimos la tarea con decoro. Hay mucho que agradecerle a Rumiñahui y Atahualpa, taitas nuestros a fin de cuentas, sangre de nuestra sangre aunque algunos se crean patricios. La sangre nunca es azul.

Nuestra lucha por la independencia frente a España, por ejemplo, fue pionera. Y nuestra revolución liberal, modélica. Eugenio Espejo y Ana de Peralta, como siglos más tarde Matilde Hidalgo o Leonidas Proaño, nos harían sacar pecho ante cualquier lista de próceres americanos. Tuvimos políticos como Rocafuerte, Alfaro, Ayora, Yerovi, incluso Roldós… ¿Cómo pudimos llegar a esto que tenemos?

El proceso de descomposición de nuestra política ha sido voraz. Redujimos la igualdad social a simple quimera y a la justicia la hicimos meretriz. Nos comimos la riqueza petrolera (se la siguen comiendo los canallas que montaron un Estado de latrocinio) y nos farreamos la bonanza brutal de la Década Desperdiciada (unos la llaman Ganada y otros Robada. Por algo será, en ambos casos). Y no, no fuimos nunca la envidia mundial de nadie.

Menos lo seremos a partir de una campaña electoral marcada por la mediocridad y la bajeza. Ya tenemos muestras. Empezando por el grosero decreto con el cual Daniel Noboa podrá dedicarse a llevar su muñeco por el país. Tal parece que no tiene más ideas ni antecedente para pedir el voto... Al frente tampoco es que hay mucho. A menos que repetir mentiras sea un mérito, o lo sea tener una indomable vocación de sumisa.

No hay propuestas serias. Las redes están saturadas de mensajes descalificadores o arteros. Los correístas, por caso, llaman LaBestia a Noboa, y sus partidarios les contestan con una referencia: narcos. Es curioso que se insulten tanto si son tan parecidos. ¿A quién les recuerda Noboa cuando viola la ley a su antojo? ¿Ahh? Es para un deber.

No tendremos campaña electoral. Será un período oscuro, violento, primitivo. Tóxico. Parte de nuestra degradación. Y por favor no olvide: en las relaciones tóxicas consensuadas no hay víctimas. Es despreciable quien la motiva y también lo es quien la avala. ¿Lo hará usted?