Rubén Montoya: Un delincuente afortunado
Si algo ha logrado el atentado es mitificar a Trump, un iluminado que emerge de las tinieblas de la muerte...
Una de mis mayores certezas es que el Poder, con mayúscula, siempre encuentra el modo de que sus crímenes queden silenciados. Por eso, cada vez que escuchemos decir a un farsante, perdón, a un político: “hasta las últimas consecuencias”, eso solo significa “hasta que ustedes se traguen mi versión”.
Así pasa: aún hoy y pese a las evidencias, hay quienes repiten que John Fitzgerald Kennedy fue asesinado por un loco solitario, un primerizo francotirador que disparó la bala mágica que entró y salió por varios sitios de Kennedy y tuvo tiempo de herir también al gobernador que lo acompañaba…
Pasará igual con el actual atentado contra el expresidente Donald Trump. No sabremos si el mocoso republicano que le disparó actuó por su cuenta, ni si formó parte de una conspiración para asesinarlo (o para que lo pareciera). Los republicanos dicen que los demócratas estaban desesperados y estos responden que Trump es capaz de todo. Las ideologías matan la verdad.
Importan los hechos: EE. UU. es una democracia bastante sólida, que jamás ha resuelto sus contradicciones llamando a corruptos generales a poner el orden, como sucede por nuestros latinos lares. De vez en cuando se sacude con violencia y tensa sus límites, aunque no lleva la sangre al río: habrá elecciones en noviembre y Trump viaja en el viento. No es novedad: desde hace meses es favorito frente a un Joe Biden que no sabe ni dónde queda el baño y es capaz de llamar Putin a Zelenski…
Pero si algo ha logrado el atentado (o lo que fuere) es mitificar a Trump, un iluminado que lejos de protegerse emerge enseguida de las tinieblas de la muerte y grita: “Fight (luchad), fight, fight”, puño en alto, voz de leñador, mirada de elegido. Zeus luchará en noviembre contra un viejito que está para el asilo.
Zeus delincuente, por si lo olvidan (y lo olvidará el electorado, que es lo único que de verdad le interesa): Trump es un delincuente (culpable de 34 cargos, hasta ahora), pero es uno muy afortunado. Nadie se lo recordará porque eso sería desafiar a los vientos que están por llevarlo, de nuevo y en andas, a la oficina oval más famosa en la historia de la humanidad.