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Rubén Montoya Vega: La encrucijada del correísmo

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Hacer siempre las cosas del mismo modo y esperar resultados distintos es un poco tonto. O por lo menos, ineficaz

La tercera derrota consecutiva que sufre ese candidato ausente llamado Rafael Correa (y la primera que soporta al hilo en primera y segunda vuelta) dispara en sus opositores la idea de que ahora se puede ir preparando el baile sobre su tumba política. Esperen, esperen.

Si solo dependiera de él y su inconmensurable ego la derrota final, esta sería posible. Pero no es así. La fuerza colosal de su figura, que lo ha llevado a ser el protagonista de doce elecciones presidenciales (¡ocho sin estar en la papeleta!) hoy depende más de lo que haga o deje de hacer su sucesor. En buena medida, será Daniel Noboa el responsable de que el correísmo siga siendo, o no, una gran fuerza electoral.

La otra arista, tal vez la más importante, es prever qué pasará casa adentro en la Revolución Ciudadana. Así como la victoria tapa todo con abrigos de visón, la derrota quita hasta la ropa interior: no hay modo de tapar las vergüenzas. Y las de los correístas empiezan con una mayúscula: su dependencia absoluta a lo que piense, diga, desee, planee u ordene ese al que siguen llamando “el presidente”. Más como acto de sumisión que de cariño.

¿Es tan fuerte la última derrota como para que el golpe sea fractura? En teoría, sí. Porque también aquí, el futuro del gran líder no depende de él, sino de lo que hagan sus cuervos, perdón, hijos… De Ricardo Patiño no debe preocuparse, y de los que tiene alrededor en calidad de asesores, estrategas, prófugos o ‘guarevers’, menos: no les da ni para decirle pío. La única altanería con condumio está subida en potros que cabalgan muy lejos de México o Bruselas. Es en lo que hagan o dejen de hacer ellos que dependerá si el único partido bien estructurado del país sigue vigente, aunque perdedor… o se reinventa, sin el liderazgo de su Señor y Némesis. Creador insigne y ¿sepulturero ídem?

Hacer siempre las cosas del mismo modo y esperar resultados distintos es un poco tonto. O por lo menos, ineficaz. Ese es el dilema de los correístas: o siguen haciendo lo mismo y construirán su nueva derrota. O intentan un nuevo rumbo para ver si se les aparece la virgencita. De esas que ya tienen nombre y apellido.