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Rubén Montoya | Los entierros del 9-F

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¿Tiene futuro un país que se la pasa votando por el mal menor?

Los entierros son tristes. Pero algunos debieran atestiguarse sin lágrimas. Los resultados de la reciente elección dejan de los dos.

Empecemos por los que provocan llorar. El primero es que fuimos a votar por la nada. ¿Qué plan de gobierno serio usted escuchó, leyó, conoció? ¿Qué propuesta hubo con datos mínimos y plazos creíbles? 16 candidatos que no dieron ni para un memorable Tik Tok. Se entiende que una campaña exija la brevedad de un eslogan, la contundencia de un lema. Pero no tuvimos ni eso… La pobreza programática de esta campaña intensifica la estela de las anteriores.

El segundo es que hemos elevado a razón de ser el discurso de los ‘anti’. Aunque digan lo contrario, los ganadores cosecharon un importante caudal de votos gracias a que son (o parecen) el reverso de su adversario. No quieren y no van a ser electos por sus méritos: la clave de su éxito estará en lo malo que es el otro… o la otra (mejor dicho, el que la dirige). ¿Tiene futuro un país que se la pasa votando por el mal menor?

Hay otro entierro que entristece, aunque es merecido: el de las encuestadoras. ¿Cómo pueden ‘equivocarse’ tanto? Sus márgenes no son de error, sino de horror. ¿Por qué se autorizaron los sondeos a boca de urna que hemos sufrido últimamente? Es penoso que una herramienta tan útil para la construcción de cultura democrática esté en manos de ineptos. Cirujanos con Parkinson los llamé un día. Lo son, y por lo visto, se han operado ellos mismos. Ojalá que los poquísimos que hacen su trabajo con rigor restituyan la confianza pública.

Y existe uno más, muy doloroso: el de la ilusión de un Ecuador diverso y posible. Somos dos países territorialmente marcados. Y socialmente somos dos mundos muy distintos e hiperdistantes: el urbano y el suburbano...

Y hay otros entierros que no provocan lágrimas. Menciono el principal: el de los figuretis que creyeron que con su sola audacia les alcanzaba para terciar, cobijados por membretes que deben desaparecer con la misma facilidad con que los (mal)autorizaron. No debemos seguir financiando campañas de tantos caretucos. Sus 1% (o menos) fueron mucho premio. Hasta nunca, ‘beibis’.