Rubén Montoya: Nos jugamos el pasado

Somos Narcolandia y parece ya no afectarnos que alguien lo diga porque vemos sus señas en el día a día
Eso de que en la elección del próximo domingo nos jugamos el futuro me parece una exageración. Saber lo que uno se juega exige -como mínimo- cierto grado de conciencia sobre la realidad y los modos de cambiarla. ¿Lo tenemos? Conciencia significa “conocimiento profundo”, y me late que no tenemos ni uno superficial.
La campaña electoral que hoy termina mostró lo poco que hemos avanzado… en nada. Empezando por las propuestas de los candidatos. ¿Alguno contó cómo resolverá nuestros problemas más urgentes? ¿Alguno dijo cómo y cuándo reactivará la economía, generará empleo, reducirá los espantosos índices de inseguridad o pondrá gasas en los hospitales?
¿Alguno dijo cómo combatirá el incremento desaforado de las ‘vacunas’? Son tantos quienes sufren esa extorsión, y en tan variados campos, que ya no tiene sentido sumar estadísticas: pagan ‘cuota’ los visitadores comerciales, los vecinos de un barrio, las pequeñas emprendedoras, los grandes industriales… Somos Narcolandia y parece no afectarnos que alguien lo diga porque vemos sus señas en el día a día: nos hemos acostumbrado a la pestilencia. Estamos a nada de parecernos a esos chupamedias que rodean a los políticos y creen oler un Eternity de Calvin Klein cuando su patrón, o patrona, lanza ventosidades.
¿Nos jugamos el futuro? Veo a Erik Prince, un mercenario experto en seguridad, que se la pasa repitiendo clichés electorales y lanzando chismes de cocineras vagas. Veo a Luisa González, a quienes sus propios partidarios la llaman como a uno de los más famosos títeres de la historia, ofreciendo crear Gestores de Paz, eufemismo grosero, insultante, para disfrazar a los Comisarios del Sapeo, que la simpatizante de Maduro quiere para replicar las milicias que sostienen dictaduras en Cuba o Venezuela.
¿Que nos jugamos qué? El futuro que necesitamos no lo veremos si dejamos esa tarea a los politiqueros. Más allá de quién resulte electo, la tarea de reconstruir nuestro país es ciudadana y colectiva. Suya, mía, de todos los que no estén carcomidos por el cáncer de la indiferencia. De lo contrario, lo que nos seguiremos jugando será una permanente vuelta al pasado.