Rubén Montoya: Un mes. Y ni una lágrima
Al país le vale madres que cuatro negritos marginales hayan sido detenidos, torturados, abandonados
Mañana se cumplirá un mes desde que, oficialmente, se declaró el asesinato de los cuatro chicos desaparecidos en Guayaquil. A pocas horas de aquella medianoche de petardos y fuegos artificiales, el país supo que los despojos incinerados hallados en Taura eran los de Steven, Nehemías, Ismael y Josué. Y celebró la llegada del Nuevo Año.
Entonces supimos todos, o confirmamos, que los 16 militares que los detuvieron no hicieron lo que les ordena la ley, ni sus reglamentos internos, ni su (aparente) condición de humanos. Lejos de entregarlos sanos y salvos a las autoridades pertinentes, los abandonaron desnudos, asustados y con evidencias de maltrato… Poco después, allí donde se deshicieron de su custodia, aparecieron un par de encapuchados (¿cómo sabían que los chicos estaban allí? ¿Por qué los secuestrarían?). Y se los llevaron hacia el río pantanoso donde fueron encontrados sin vida.
Desde aquel día sabemos poco y nada. El arsenal de preguntas simples, lógicas, contra la versión torpe de las FF. AA. se ha silenciado a velocidad de rayo. El clamor popular, también. Y creo que es así no sólo porque los militares ignoren cómo justificar su absoluta incompetencia (y su presumible autoría en más de un delito) o porque la miserable clase política -que ustedes y yo elegimos- no sirva más que para hacer públicas sus plegarias hipócritas. No es sólo por eso. Es por algo peor: al país le vale madres que cuatro negritos marginales hayan sido detenidos, torturados, abandonados, secuestrados, asesinados. Y mutilados.
Ellos habían cometido un delito que los hacía sospechosos de entrada y culpables de salida: eran pobres. ¿Es por esa condición que su tragedia no nos conmueve y el atroz proceder de las FF. AA. no nos inmuta? Se los pregunto en serio. Como vuelvo a preguntar en serio al inmutable presidente que nos (mal)gobierna: ¿qué sabía usted el 23 de diciembre cuando sugirió declararlos “héroes nacionales”?
Las respuestas a esas preguntas, o su silencio, nos definen. Eso es él. Eso somos nosotros, como ciudadanos y como país. Un país que no ha derramado ni una lágrima por una tragedia que le debió provocar mares.