Premium

Rubén Montoya | Normalizar la barbarie

Avatar del Rubén Montoya

Normalizamos todo: que el Gobierno nos mienta o que la ATM nos asalte

Suelen cuestionarme cuándo escribiré sobre las soluciones a nuestros males; suelo contestarles que el periodismo no da grandes soluciones: muestra realidades públicas, sobre todo las ocultas, y busca que se comprendan. Escarba antecedentes, contextualiza datos, diversifica voces. Duda de todo y eso incluye a su sombra, a las ‘vacas sagradas’ y a las instituciones impunes. Verifica hasta los te quiero de su madre… Y si tiene suerte, despierta espíritus. Crea conciencia.

El periodismo que es desobediente, claro está, pues el que quiere llenar su tarrina, adular al que lo pauta con piola, o colgarse de boletines de prensa, no sirve ni para madurar aguacates. Ustedes me entienden.

Tomar conciencia.

Los invito a que la tomemos sobre algo que nos va a matar como sociedad, y hace que el futuro de esos que decimos amar esté condenado al imperio de la corrupción y la violencia. Ese algo se llama ‘normalizar la barbarie’. Cuando un país lo hace, el tictac de su exterminio vuela.

Normalizamos el asco por una Justicia que libera a delincuentes con prontuario, detenidos ‘in fraganti’ horas antes por una Policía que no puede dar abasto. Normalizamos que todo trámite cueste y se tarifen hasta las sentencias. Que haya jueces, fiscales, directores o simples lameculos que en nuestras narices ganen de sueldo miles de dólares, pero vivan como ricos con pedigrí. Ellos, y sus jefes, moran en vuestras ciudadelas, beben en vuestros bares, viajan a vuestros miamis, se santiguan en vuestras iglesias… Sigan así y pronto serán vuestros compadres.

Normalizamos la indolencia de una Asamblea que mantiene leyes proclives a la impunidad, mientras gasta su tiempo, y nuestro dinero, en sacar resoluciones pendejas o en condecorar a futuros presidarios. Esa que acaba de designar a la “Capital de la carne del Ecuador”, ¿por qué de una vez no designa a la de los narcos? Tendría mejores datos y más razones.

Normalizamos todo: que el Gobierno nos mienta o que la ATM nos asalte. Nuestro pecado es normalizar la podredumbre, como si el estiércol fuese perfume. Llegará el día y no es lejano, en que ya ni por instinto nos taparemos la nariz.