Rubén Montoya: Réquiem por un país
No gastaré una línea más en darles cifras de la barbarie normalizada. No les afectan, ustedes son de fierro...
¿Desde qué lugar del espíritu escribo para sacudirlos? ¿Qué adjetivo uso, qué imagen del horror describo, qué maldición lanzo para graficar la desolación que debería habitarnos hoy en la conciencia?... ¿En qué momento sacrificamos, ecuatorianos, nuestras últimas hilachas de humanidad en el altar de la perversa indiferencia?
El asesinato de cuatro niños, cuatro, cuatro, cuatro, la noche del pasado lunes, en Guayaquil, es un crimen que no necesita de adjetivos. Es la crueldad en esencia, el último aviso que nos lanza la historia para que entendamos la dimensión infernal de nuestra debacle. ¡Cuatro bebés! ¿Qué más necesitamos para conmovernos? ¿Que sean familiares íntimos nuestros? ¿Que la masacre sea en una ciudadela amurallada?
No gastaré una línea más en darles cifras de la barbarie normalizada. No les afectan, ustedes son de fierro. Son tantas y bestiales, pero también tan cotidianas que las hemos adoptado como si fuesen una tragedia inevitable, merecida. Pues no, no la merecemos y hemos de levantarnos. No mañana: ayer.
La solución no vendrá de las alturas, se los repito. Nuestra clase política es deshonesta, mediocre a morir, y ya sabemos que tiene las uñas largas y el alma diminuta. Ardientes solo los bolsillos…
Y nuestro presidente no entiende lo que es una política de Estado para hacer frente a esta guerra. Ni parece tener la templanza necesaria para comandar contra el narco la batalla. El cree que “algo debo estar haciendo bien” porque una fracción de los delincuentes le pide pactos de convivencia. ¡Virgen Santísima!, ¿se puede estar más perdido?
No hay voz que no deba levantarse ni grito de repudio que debamos guardar en esta hora. No hay propuesta civil que no deba discutirse. Cada sector, cada gremio, cada foco de luz del pensamiento debe movilizarse. Los convoco a rebelarnos, ¡maldita sea!, y a entender que no alcanzan las plegarias. No podemos seguir esperando más horrores. No debemos seguir siendo indolentes pues el próximo pésame no será por un hogar cruelmente destrozado, sino por un país. Y el corazón destruido de esos padres, de esos padres que todo lo perdieron, ¡oh, Dios!, nos pesará en los restos de nuestra oscura conciencia.