Rubén Montoya Vega | A cinco años del horror

¿Por qué recordar el aniversario de la pandemia? Porque me indigna que a cinco años no hayamos hecho un cierre del duelo...
Es curiosa la memoria humana, o al menos la mía, porque frente al mismo suceso tiene reacciones contradictorias.
Un mal día, hace cinco años, despertamos confinados: la tormenta covid-19 nos agarró a campo descubierto. No recuerdo nada de esos primeros días, salvo que estaba enfermo. Pero, en cambio, me persigue lo que nos dejó la pesadilla cuando la normalizamos: las mascarillas para todo, los desiertos de cemento, las colas inmensas en los laboratorios, la angustia ante un simple estornudo, los cadáveres abandonados, la desesperación por vacunas a las que acudimos sin preguntar, sin chistar, como yonquis. Los abrazos congelados. Y el miedo hasta en el aire.
¿Por qué recordarla? Porque me indigna que a cinco años de la locura no hayamos hecho un cierre del duelo, un reporte de daños, un propósito de enmienda. Nada. Por ejemplo, el Gobierno (este, el anterior, el que vendrá) sabe que la cifra oficial de muertos es mentirosa, mucho mayor a los 35 mil que reconoce, pero miente para no mostrar su incompetencia. ¡Qué tontería! La incapacidad se les perdona, es genética en nuestros políticos: lo imperdonable es su indolencia.
También hay que recordarla porque no hemos hecho ‘balance de existencias’. ¿Mejoramos nuestra capacidad de respuesta frente a una crisis? ¿Invertimos en infraestructura? ¿Hicimos algo por el maravilloso cuerpo de sanitarios que nos sostuvo en peso cuando ya no teníamos ni ganas? ¿Le hemos dicho “gracias”?
Tan perdidos estábamos que el primer decreto del presidente Moreno suspendía la jornada laboral presencial por 7 días y los vuelos por 10. Medía mal al monstruo. Lo seguimos haciendo: lo damos por muerto y sigue vivo, mutando, resistiendo. Ha matado a más de 10 millones en el mundo, dice la OMS, pero son muchísimos más, porque solo entre 2020 y 2021 el “exceso de mortalidad global” fue de 15 millones… ¿Qué haríamos ante un nuevo virus?
Y yo la recuerdo -si usted me perdona el personalizar una columna periodística- porque perdí seres maravillosos. Su sonrisa no se me va, no quiere, me sigue viniendo… nítida. Y los extraño.
Como lo hacen los seres queridos de los cien mil ecuatorianos fallecidos, y no reconocidos, que el espanto nos dejó de herencia.