El abrazo más querido
Pienso en el migrante, Marco Villafuerte, y en ese grupo entrañable del Vicente Rocafuerte, una cofradía de locos lindos que tiene media docena...
Era en Guayaquil y era por esta época, que suele disparar una gran hipocresía pero también gestos nobles y sublimes. Él había vuelto desde España, adonde marchó, eyectado por la crisis brutal que a finales de siglo habían perpetrado unos banqueros y legalizado sus sirvientes en el poder. Era un sábado cualquiera.
De pronto, en medio de una reunión con sus amigos, empezó a llorar. Los viejos compañeros de juego de pelota, que siempre terminaban en una fiesta de chistes y cervezas, guardaron silencio, extrañados por esas lágrimas indetenibles. “Había olvidado lo hermoso que era esto”, les dijo: “Llevo 11 años sin saber lo que es abrazarme con mis amigos”.
La anécdota me la contaron hace pocos esos camaradas, que han hecho de la amistad un templo con una sola puerta, la de entrada. Porque la verdadera amistad es así: no se puede salir de ella. Y porque hay amigos que la vida, tan generosa, te avienta un día y con el paso de las juergas y las derrotas compartidas se vuelven los hermanos que uno elige.
Pienso en el migrante, Marco Villafuerte, y en ese grupo entrañable del Vicente Rocafuerte, una cofradía de locos lindos que tiene media docena de los suyos en tierras lejanas. Unos han vuelto; otros van y vienen; y hay algunos a los que aún se espera… Y me resulta inevitable la analogía: hay más de 300.000 venezolanos que migraron a Ecuador y que, como los 500.000 nuestros emigrados a España, deberán esperar años para volver a su tierra -ojalá ya liberada del yugo que la destruye- y sentir la fuerza vital del reencuentro con los suyos.
¿Qué Navidad están viviendo los chamos? ¿Qué gesto solidario les hemos regalado? Permítanme decirlo: el gran contingente de ellos no ha venido a jodernos nada, aunque haya quien se moleste al ver a algunos con sus letreros o sus manos extendidas. Ellos no son distintos a nuestros tantos Marco Villafuerte, mi recordado compinche del indor en el Vicente.
Y Uds. pueden estar seguros que ellos no eligieron venir aquí: fueron expulsados. Ellos solo añoran volver a su tierra y sentir un sábado cualquiera cómo saben los mejores abrazos. Y cómo era, alguna vez, la vida.