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¿Dónde está el cáncer?

Avatar del Rubén Montoya

Cada cual que le ponga un nombre. Porque el cáncer, el peor de una sociedad tan desigual, está allí

Se llama Adriana, es huérfana y tiene 32 años. En su trabajo le pagan un sueldo que, según cifras oficiales, solo alcanza para completar la canasta básica y llegar a fin de mes como quien termina una maratón. Y enseguida volver a empezar, una y otra vez. Sin tregua.

Es joven y hermosa. Tiene un arrojo de leona, una sobrina que la adora, ángeles en forma de tías y un novio amoroso que la acompaña. Y un cáncer…

Lleva 6 meses luchando contra él: es una en el ejército de casi 30 mil ecuatorianos que lo padece cada año. El suyo es de mama, el más común en mujeres. El proceso para combatirlo es largo y costoso: de la noticia demoledora se pasa a los exámenes interminables, las dietas, radioterapia, quimioterapia, inmunoterapia, terapia biológica, suplementos nutricionales. Y una pastilla que es genérica pero escasa: coraje. O como quieran llamarle, pero tanto como haga falta para soportar el deterioro emocional que devasta, el pelo que se cae, la piel que se decolora, el músculo que se esfuma. Y el goteo lento, lentísimo, de las horas que no pasan…

Coraje. Hay que tenerlo a mares porque cada quimio la deja tan débil que no puede levantarse y algo tan liviano como sostener un control remoto… duele. Y más si enfermeras y médicos endurecidos por el horror cotidiano pero aún empáticos, pueden decirle a cualquier Adriana un día: “no podemos atenderla: no hay las agujas especiales, no hay medicina, no hay hilo…”. ¿Cómo puede pasar algo así? ¿De dónde se extrae serenidad para reponerse de esa locura?

En el Ecuador del encuentro, o en el que reparten hasta los hospitales, o en el que ya tenemos carreteras, el cáncer es una expresión más de la profunda grieta que nos separa. De cada 10 mujeres que lo padecen, 9 tienen ingresos tan bajos que deben acudir a la red pública de Salud. Allí el personal hace lo que puede y va hasta donde alcanza su gran humanidad. Pero faltan gasas, catéteres, sueros, hilos… Y falta eso que perdimos en alguna esquina y ya no nos afecta porque lo hicimos nuestro de tanto verlo. Cada cual que le ponga un nombre. Porque el cáncer, el peor de una sociedad tan desigual, está allí.