La peor cicatriz
Otra cicatriz es peor y no estamos haciendo algo al respecto.
Me llevo mal con los lugares comunes, esas frasecitas que los charlatanes usan para todo. “Tras la tormenta, la calma”, “lo último que muere es la esperanza”, “el que persevera, alcanza”. Insisto en que hay esperanzas que deberíamos matarlas ni bien sacan la cabeza. Por caso, esperar que los políticos mejoren su analfabetismo funcional y su orfandad ética. Ellos no mejorarán: solo podemos votar mejor. O menos mal.
Existen legiones de trabajadores (más de 150 millones, solo en Latinoamérica) que perseverarán toda su vida y morirán pobres, desamparados, a pesar de que lucharon sin descanso.
Y hay calmas que no parecen hijas de la tormenta. Depende de nosotros que la formidable lección del temporal nos haga crecer. O no.
Se cumplen tres años desde que fuimos confinados por una pandemia que nos azotó sin aviso ni descanso.
¿Qué estamos haciendo para reparar en parte sus destrozos? Conviene recordar que las víctimas son seres humanos, de carne y hueso, de familias en su derredor, de sueños que quedaron rotos.
Oficialmente Ecuador reconoce 35 mil muertos, por ejemplo. ¿Los 70 mil fallecidos en exceso que hubo durante ese período son fantasmas y no cuentan? El archivo oficial lo custodia el Diablo.
Otra cicatriz es peor y no estamos haciendo algo al respecto.
La Unicef lanzó en el 2021 un aviso que debió asustarnos: en Latam, el 60 % de los niños perdió el año escolar en el 2020 y 13 millones de ellos se quedaron sin acceso al aprendizaje remoto. Los años siguientes, igual o peor. En Ecuador, no hay estadísticas, pero baste señalar que la enseñanza pública se hizo mayormente vía WhatsApp porque el grueso de familias no dispone de procesadores ni acceso amplio a internet.
Las soluciones no vendrán de donde deben. Así que todo aquel que tiene alguna responsabilidad en el proceso educativo debe propiciar un esfuerzo conjunto para que las competencias docentes se actualicen y adapten. Y el rigor académico vuelva de a poco. Reflexionar en serio sobre lo que se ha hecho mal y tener alternativas para atajar la que, creo, es la peor cicatriz que nos dejó la pandemia: la que ha sufrido la educación, en todos sus niveles.