Dedo acusador

Nada bueno han sembrado en Ecuador 10 años de odio y polarización social. Hoy sigue siendo un imposible que bandos políticos contrarios -bandos, una palabra tan bélica- se pongan de acuerdo en puntos de consenso.
No ha pasado tanto tiempo como para que los ciudadanos nos hayamos olvidado de esos sábados de hostilidad televisiva en los que la lotería presidencial se despachaba con insidia contra personas, con nombre, foto, cargo y hasta menciones familiares. Por el dedo acusador presidencial pasaron políticos opositores, empresarios, excoidearios, periodistas y hasta ciudadanos hasta ese momento anónimos que por algún infortunio despertaban la ira oficial de quien gobernó durante diez años. El abuso de una posición de poder no se olvida en una década.
Tampoco se puede hoy hacer oídos sordos a la agresividad del presidente actual contra otro ciudadano. Fidel Egas, interpelado con nombres y apellidos, es banquero, empresario y podrá ser, hasta como dice Guillermo Lasso, un ecuatoriano que no cumple como debe con el Fisco. Sea como sea, es un particular y está fuera de órbita la arremetida en un evento público y desde el púlpito presidencial.
Hay mecanismos en el Estado para perseguir a los incumplidores y a los delincuentes. La afrenta pública no es uno de ellos. El Servicio de Rentas Internas tiene un canal para recibir denuncias. La Fiscalía también. Las superintendencias del ramo también. Incluso cuando a estos entes se les empañan los vidrios, hay alternativas para impulsar la acción fiscalizadora que corrige y sanciona las irregularidades.
Todo lo que se sale de ahí es un atropello. Y suena aún peor si la acometida llega desde la máxima autoridad del país.
Nada bueno han sembrado en Ecuador 10 años de odio y polarización social. Hoy sigue siendo un imposible que bandos políticos contrarios -bandos, una palabra tan bélica- se pongan de acuerdo en puntos de consenso. De ese antagonismo político, de hecho, se alimentan los abusos partidistas que hoy siguen despilfarrando el dinero de los ecuatorianos. Nadie se aviene en salud, educación, seguridad o lucha anticorrupción y eso no es casualidad. Hay parcelas de interés en todos los ámbitos y estamentos. La única esperanza que le queda al país es que alguien enarbole valores democráticos y los defienda hasta el último momento. Sin propasarse.