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Sophia Forneris: Por cada Augusto hubo un Calígula

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Augusto había dejado un modelo compuesto por un conjunto de decisiones jurídicas, pero también por relatos de sus logros

La historia de los emperadores de Roma en el primer siglo lo tiene todo: amor, asesinato, venganza, miedo, codicia, envidia, orgullo. Su historia es una montaña rusa que va de la paz y prosperidad al terror y la tiranía. Por cada gran líder, como Augusto, hubo un tirano como Calígula. Por cada Claudio, un Nerón; por cada Vespasiano, un Domiciano. Solo al final de este período, Roma tomó la sucesión en sus propias manos y seleccionó a alguien que fuera razonablemente cuerdo, inteligente y honesto.

Los emperadores solo podían sobrevivir si su pueblo creía que podían superar a todos los demás en armas y poder. Si el ejército se sentía insatisfecho, el emperador estaba en problemas; si la insatisfacción se extendía más, su reinado llegaba a su fin. Los emperadores romanos vivían bajo constante amenaza de ser derrocados o asesinados, ya que ninguno recientemente designado podía correr el riesgo de dejar con vida a su predecesor. Solo podían aspirar a perdurar si se mantenía el consenso, facilitado por el temor a nuevas guerras civiles, como las que permitieron al primer emperador, Augusto, apoderarse a la fuerza. Por tanto, para permanecer estables, los emperadores tenían que preservar y alimentar el consenso.

Augusto había dejado un modelo compuesto por un conjunto de decisiones jurídicas, pero también por relatos de sus logros, conocido como ‘Res Gestae’, resumen que explica cómo organizó su poder por el bien del Estado, y cómo derrotó a todos los que amenazaban a Roma. También explica cómo obtuvo consentimiento unánime de los grupos sociales, sin los cuales no habría gobierno. Esto para Augusto fue arma de doble filo pues cualquiera de sus sucesores podría utilizarlo para mostrarlo como dictador.

La historia de una república usualmente no es relatada de forma objetiva ni completa; tiende a privilegiar la versión de quienes están en poder en ese momento. Esta idea tiene poderosa resonancia en nuestra conversación cultural actual, ya que como ciudadanos es nuestro deber garantizar que las otras perspectivas y voces en nuestra historia colectiva que normalmente quedan fuera o in reinterpretadas distorsionadamente, sean escuchadas y recordadas.