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Ilustración de la columna 'Civiles sin armas
Ilustración de la columna 'Civiles sin armasIlustración Miguel Rodríguez

Civiles sin armas

Que la policía haga su trabajo y reciba nuestro apoyo, pero que los civiles no intenten siquiera jugar a héroes y villanos.

Tal como ocurre con las malas noticias, la tragedia se conoció de inmediato. Nuestro amigo Juan Adrián se había matado de un disparo en la sien. Había estado jugando con el arma de su padre y se propinó un tiro sin querer.

Juan Adrián (nombre cambiado a propósito y por respeto a sus familiares que aún viven) tenía 15 años y amaba el campo. Quería ser agrónomo y le gustaba llevar botas y sombrero.

Su padre era un hacendado que salía de casa con el alba. Tenía la costumbre de llevar un revólver en la guantera de su jeep. Aquella fatídica tarde llegó de la bananera con apuro. Fue directo a comer y descansar cuando un disparo rompió la siesta... su vida se hizo trizas al ver el cuerpo inerte de uno de sus hijos. El que quería seguir sus pasos, aprender del banano, convertirse en un gran productor y exportador.

Entre los amigos de la época, aún nos preguntamos cómo pudo pasar, cómo un arma en manos inexpertas puede ser fatal.

Esta historia no es ajena a otras que he conocido en mi vida de reportera con elementos parecidos. El dueño del arma es un hombre equilibrado, mentalmente sano. Ha cumplido los requisitos de las Fuerzas Armadas para obtener el permiso de armas y tiene entrenamiento. Desafortunadamente no es posible que permanezca las 24 horas del día cuidando su arma, así que un accidente puede ocurrir... y ocurre. Con mayor frecuencia de lo que nos imaginamos.

Supongo, amigo lector, que también usted conoce de historias parecidas, trágicamente similares. Pues bien, podrá entender entonces mi postura contraria a flexibilizar el porte y tenencia de armas para enfrentar la delincuencia en nuestro país. Que la policía haga su trabajo y reciba nuestro apoyo, pero que los civiles no intenten siquiera jugar a héroes y villanos.

Un estudio del American Journal of Epidemiology de 2017 dice que es 12 veces más probable que un arma de fuego sea usada contra un miembro de la familia, accidental o voluntariamente, que contra un intruso con intenciones de delinquir.

Amnistía Internacional considera que el acceso fácil a las armas de fuego, legal o ilegalmente, es uno de los principales motivos de la violencia armada, por la que mueren cada día mas de 500 personas en el mundo.

Un documento de la Flacso, citando como fuente a la organización Small Arms Survey, dice que unas 639 millones de armas de fuego circulan hoy por hoy en el mundo. De ellas, el 60 % está en manos de civiles.

En Ecuador el porte está prohibido desde el año 2009. Y debido a una ley especial expedida en 2011, solo está permitida la tenencia de armas en determinados casos, puntualmente para ganaderos y camaroneros.

No somos pocos los que creemos que este control en el porte y tenencia de armas ha sido beneficioso, logrando incluso que la organización Insight Crime ubicara al país con la segunda menor tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes (5,8), solo superada por Chile (con 3,3). Puedo entender que buena parte de la sociedad discrepe con estos números, o considere que las cifras no son actuales (corresponden al año 2017). La delincuencia ha crecido, indudablemente, pero insisto en que armarse no es la solución.

Discrepo entonces con las propuestas al respecto por parte del líder socialcristiano Jaime Nebot, del presidenciable Guillermo Lasso, del exgobernador Pedro Pablo Duart, aun cuando piden condiciones como un examen psicológico y entrenamiento para portar armas.

Ser capaz de disparar no significa ser eficaz disparando, aun con buenas intenciones y conocimientos. Los preparados definitivamente usan uniformes. Tal como me lo dijo un policía de la calle: si tienes un arma en casa, el mayor peligro está en usarla.