Ilustración columna Tania
TaniaIlustración Teddy Cabrera

¿Confiar en la justicia?

Según estimaciones oficiales, el 80 % de los abusos sexuales son perpetrados por familiares de las víctimas, o personas de su entorno.

La martes en la noche cuando me llamó mi amigo Lautaro. Dominado por la furia apenas si podía hablar. Su sobrina de 11 años había sido violada al parecer por un joven de 22 a quien los vecinos agarraron a la fuerza. A la niña le practicaron los exámenes de rigor mientras el presunto violador era llevado ante la justicia. Por increíble que parezca, el juez lo dejó en libertad y tanto Lautaro como su familia, no dejaban de pensar en la propuesta que les llegó de un compadre: contratar un sicario por 800 dólares para dar muerte al supuesto criminal.

La justicia también se equivoca y también falla, le digo a Lautaro intentando calmar su rabia y dolor. -¿Y si fuera tu hija?- me contesta, y casi me quedo con las palabras atragantadas, alcanzándole apenas a decir -un crimen no se resuelve con otro- a lo que él replica indignado -¿acaso un violador se cura?- y ya no tengo respuesta. ¿Se cura un violador?

La palabra la tienen los expertos y seguramente dirán que cada caso es distinto. Solo que al final las víctimas siguen llevando mayoritariamente una condena de espanto dada por el dolor del abuso sexual y el escarnio al que se ven sometidas. Y son tantas las veces en que además estos crímenes no llegan a conocer la justicia por ese código de silencio que suele primar en las familias.

Según estimaciones oficiales, el 80 % de los abusos sexuales son perpetrados por familiares de las víctimas, o personas de su entorno.

Los últimos casos que han llegado a la prensa nacional lo corroboran. En el llamado ‘Rescate Querubín’, un operativo de la policía nacional en febrero pasado, fueron detenidas 9 personas en 4 cantones de la provincia de Pichincha. Las abusadas eran 7 niñas y adolescentes de una misma familia. La mayor de las víctimas era además retenida en contra de su voluntad, por su padrastro de 44 años.

Hace apenas 2 semanas en la provincia de Los Ríos fueron detenidos 3 adultos: Tío, abuela y el esposo de la abuela, sospechosos de haber dado muerte a una niña de 4 años. Ellos dijeron que la pequeña, accidentalmente, se había ahogado. Pero la autopsia reveló que la niña había sido violada y asfixiada.

Estos son los casos que conocemos, los que se denuncian públicamente, los que tienen la posibilidad de llevarse ante los tribunales de justicia. ¿Y los que no se conocen? ¿Y los que no se denuncian? ¿Y los que aún conociéndose y denunciándose quedan en la impunidad? ¿Cómo puedo decirle a Lautaro que puede y debe confiar en la justicia ecuatoriana?

En estos días, una carta que circula en redes sociales pone en evidencia la conducta impropia de un embajador. Una experiodista, a quien conocí años atrás, da cuenta del acoso sexual del que fue víctima, mientras tuvo un cargo diplomático en España. No es el primer caso que trasciende desde las misiones diplomáticas de Ecuador en el exterior. Me pregunto si una vez más quedará todo en nada, en silencio, en chismes de cancillería, sin la apropiada intervención de la Justicia.

A las madres que intentamos educar hijas con voz propia, nos duele especialmente esta realidad porque pareciera que avanzamos un paso y retrocedemos dos. Las criamos para atreverse a hablar y luego su voz se apaga si no halla eco en la administración de justicia.

La hermana de Lautaro quiere irse a vivir a otra ciudad con su hija de 11. Cree que empezando de cero podrá olvidar y perdonar.

-¿Y la niña qué piensa?- Pregunto. Solo hay silencio como respuesta.