Ilustración por las fiestas de Guayaquil
,Ilustración en honor a las fiestas julianasTeddy Cabrera

La fuerza de la tradición

El 25 de julio se celebra a Guayaquil con una serie de actos que no se han perdido ni siquiera con la pandemia, aunque se han reducido evidentemente

La fuerza de la tradición hace que Guayaquil deje danzar primorosas en estos días de julio, las banderas bicolores celeste y blanco con tres estrellas en la franja central. La costumbre es que contemos los años de fundación de la urbe, aunque los historiadores hayan dicho hasta el cansancio que la fecha verdadera de fundación es 15 de agosto y no 25 de julio.

Pero nadie o casi nadie parece estar interesado en dejar pura la festividad de Santiago Apóstol, patrono de la ciudad, cuyo día de recordación es hoy.

Todo esto tiene que ver con las costumbres, esas tan arraigadas que van moldeando la cultura de un pueblo. Así, el 25 de julio se celebra a Guayaquil por todo lo alto con una serie de actos que no se han perdido ni siquiera con la pandemia, aunque se han reducido evidentemente. El baile de los escolares, por ejemplo. Ahora han sido apenas un puñado de niños con guayabera blanca y sombrero junto a niñas con el típico vestido de montuvia de falda larga con franjas y vuelos, siempre celeste y blanco. 

Guardo por allí los trajes de mi hija Amelia y hasta la sombrilla de encaje blanco que usó en alguna presentación juliana. Me encanta comprobar uno y otro año que nuestros hijos, lejos de avergonzarse de toda esta parafernalia, la disfrutan, quizás por ese rescate cívico que tuvo la ciudad, liderado por una mujer: Gloria Gallardo. Una guayaquileña extraordinaria que ha soportado desde la burla hasta el machismo, pero dotada de un espíritu indomable que la hizo elevarse ante todo. Hoy solo hay reconocimiento y aplausos para esta guayaquileña, que sigue regalando a manos llenas. “Creo que nací para no dejar morir a mi ciudad”, me dijo hace poco, a propósito de la inauguración del memorial por las víctimas y fallecidos en 2020 por la pandemia.

Lejos de quedarse con el dolor, buscó el arte como alternativa. Y lo encontró de la mano de la escultora Victoria Bastidas. El memorial está instalado en la Plaza Colón, en unas escalinatas que colindan con la iglesia más antigua de Guayaquil. Allí sobresalen siete esculturas de gran tamaño, trabajadas en una resina transparente que se asemeja al cristal. Están iluminadas con luz azul, así como las pequeñas estrellas de los paneles, que nos recuerdan a los más de 18 mil caídos por la COVID en esta ciudad entre los meses más duros de la pandemia el año pasado.

Casi es posible imaginar conversaciones divinas con los ángeles de la Plaza Colón… Se volverá costumbre, quién sabe si hasta tradición. Después de todo, son las tradiciones las que mantienen viva la memoria de los pueblos.

Por eso ni discuto cuando en julio celebramos la fundación de Guayaquil y hacemos flamear sus banderas. Y escuchamos las retretas de la Banda Blanca en el parque Seminario… Echo de menos los paseos por los rincones de esta ciudad, con ríos de gentes por sus calles; y las presentaciones artísticas masivas, donde los cantantes nos hacían acompañarlos a todo pulmón en el ‘Guayaquil de mis amores’.

Mi única tristeza en estos días de fiesta es la desaparición misteriosa del Museo de la Arcilla, ese que recogía un legado de 500 años de historia y que fue inaugurado en noviembre de 2013. Mi colega de Diario Expreso Blanca Moncada denunció esta ‘desaparición’ del museo, con la sorpresa mayúscula de la artista Carmen Cadena, autora de los 14 murales móviles del Museo de la Arcilla. Es una muestra más de lo que nos debe la administración municipal.

Pero en un 25 de Julio no hay espacio para reclamos ni lamentos. Habrá tiempo para eso y más, después. Ahora he sacado mi bandera celeste y blanca para colgarla en la ventana de mi casa. Me siento un poco guayaquileña también, aunque no nací aquí; pero como lo he dicho tantas veces, esta ciudad maravillosa me abrió los brazos a los 11 años y me quedé en su calor para siempre. ¡Viva Guayaquil!