Ilustración columna de Tania
Sencillamente dejamos de jugar a ganar, dimos por merecido el triunfo y lo creímos ‘pan comido’. Allí están los resultados.Ilustración Teddy Cabrera

Hay que saber perder

En cuanto al fútbol tenemos que admitir que merecimos la derrota. Que Perú nos ganó limpiamente en el juego, que tuvo mejor fútbol y mayor arrojo.

El reconocido estratega español Antonio Sola suele decir que en sus casi 500 campañas políticas alrededor del mundo, más ha aprendido de las derrotas que de los triunfos. Lo he oído con atención explicar cómo y por qué es de sabios asumir las victorias ajenas con dignidad, aceptar las derrotas como propias, y dejar de ir por la senda del facilismo de culpar a otros. He reflexionado en esa necesidad de saber perder, especialmente después de la derrota en Quito de la selección nacional de fútbol frente al combinado de Perú. Cuántas lecciones nos ha dejado ese partido que no podremos olvidar.

Veníamos de una racha ganadora y confiándonos en demasía de los resultados adversos que había tenido el equipo peruano, con apenas un punto. Sencillamente dejamos de jugar a ganar, dimos por merecido el triunfo y lo creímos ‘pan comido’. Allí están los resultados. Y por lo que he leído en redes sociales y en varios comentarios de los expertos en fútbol, no terminamos de conceder la victoria a Perú, como si el combinado peruano no hubiese tenido un mejor desempeño que la Tricolor nuestra en la cancha del Rodrigo Paz ese martes 8 en la capital.

Nos hace falta un baño de humildad para saber perder. Admitir errores y deficiencias. Aceptar que no hicimos el máximo esfuerzo. Como nos puede ocurrir a todos en determinados momentos, descuidamos las cosas importantes, incluso a las personas importantes, dando por hecho que, como las tenemos, no son necesarios esfuerzos adicionales. Error. Y extiendo este error, acaso convertido en horror, cuando incluimos a personajes de nuestra vida pública que se niegan a perder, aun cuando estén perdidos. Perdidos del respeto de cientos de miles de sus electores; perdidos de la dignidad que debe acompañar a una autoridad.

Debe ser muy difícil para el alcalde Jorge Yunda. No puedo ni imaginar estar en sus zapatos, sin mayores opciones o posibilidades de moverse en paz. Aun cuando sostenga su inocencia, diciendo a los cuatro vientos que le han vulnerado sus derechos y acusando a concejales de intentar repartirse el Municipio de Quito, 14 de los 21 integrantes del Concejo Metropolitano votaron por su remoción, echando al traste su imagen. Será para la historia, un alcalde removido. Y así, veo muy difícil que pueda salir airoso de la consulta planteada ante el Tribunal Contencioso Electoral, pues aun cuando la ganara, tiene ante sí otros procesos en la justicia ordinaria, tan graves, que lo obligan a llevar un grillete electrónico en uno de sus tobillos.

Hay que saber perder, alcalde Yunda. Aceptar que se equivocó sin culpar a los demás por errores propios y soltar las amarras de esa camisa de fuerza que mantiene prácticamente detenida a la ciudad de Quito. Escuché a una concejala admitir que prácticamente el Municipio está parado, y que el vicealcalde Santiago Guarderas, por elemental sentido de control, ha tenido que ordenar la suspensión de determinados contratos. Nada de esto merece la capital. No lo merecen los quiteños. No lo merecemos los ecuatorianos.

Y en cuanto al fútbol, amigos lectores, tenemos que admitir que merecimos la derrota. Que Perú nos ganó limpiamente en el juego, que tuvo mejor fútbol y mayor arrojo. Y así, cuando nos toque volver a las canchas, podamos recordar el equipo que fuimos, cuando la humildad nos hizo ir de menos a más.

En cualquier caso, estamos obligados a aprender a perder. Así lo decía Nelson Mandela: “Nunca pierdo. O gano o aprendo”.