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Guayaquil y las fiestas octubrinas
Un festejo empañado por los niveles de delincuencia, inseguridad y escándalos de corrupción.ILUSTRACIÓN TEDDY CABRERA

Los hijos de octubre

Aún la muerte y el dolor nos rondan, pero hemos hecho bien en conmemorar 200 años de libertad

Acabamos de celebrar el bicentenario, quiero creer que de la forma más austera y sentida posible. La pandemia no ha terminado, lo sabemos. Aún la muerte y el dolor nos rondan, pero hemos hecho bien en conmemorar 200 años de libertad. En distintos actos recordamos los nombres de hombres y mujeres que alcanzaron la libertad para sus hijos, que nos heredaron un Guayaquil independiente, que nos legaron orgullo y dignidad. Me pregunto si somos consecuentes con ellos. Me cuestiono si somos o no una generación que lleva el signo de la honorabilidad en la frente.

Mi cuestionamiento tiene que ver con la oleada incesante de escándalos de corrupción, mayores y menores, pero corrupción campante, asquerosa y vergonzosa que no distingue barrio, ni apellido ni condición económica o social. Cuando vemos las imágenes de una cancha de fútbol en Durán, atacada por decenas de hombres con subametralladoras, como respuesta a una pelea por el microtráfico de drogas, no puedo reconocer allí al guayaquileño madera de guerrero, franco y valiente, como dice la canción… Sintiéndose protegidos por las sombras, los matones sacaron a relucir sus armas abriendo fuego. Dos muertos y varios heridos fue el saldo, además de una barriada aterrorizada.

Y qué decir del ‘descubrimiento’ de las operaciones financieras en la prisión: resulta que en la vieja Penitenciaría del Litoral, hasta 1.000 dólares diarios obligaban a pagar a los presos pudientes, para que las mafias que operan dentro y fuera de la cárcel les otorguen una supuesta protección.

Me he preguntado si estos montos también los pagan los que se hicieron ricos con la venta irregular de insumos médicos en Guayaquil en época de pandemia, cuya vida de ‘ricos y famosos’, cual novela de narcos, la conocimos en episodios de los noticieros de televisión. No me alegra que alguien vaya a la cárcel por las razones que sean, pero acepto que la justicia debe hacer lo suyo, aunque queden libres tantos y tantos.

Pero si creemos que la corrupción solo está en los estratos medios y bajos, como he descrito en los anteriores ejemplos, nos equivocamos. El ejemplo más cercano es el caso Isspol, en el que un grupete de ejecutivos, con trajes Armani y camisas con puños bordados, colgando en sus paredes honrosos títulos universitarios, hoy pretenden provocarnos pena, mereciendo repudio. Se confabulaban para sacar provecho de la falta de controles de las autoridades, permitiendo una estafa de cientos de millones de dólares, con cuantiosas tajadas.

Es lamentable que hasta en las candidaturas para asambleístas tengamos malos ejemplos, aun cuando las modelos y presentadores de televisión ya pasaron de moda en los partidos políticos. Han dejado, empero, espacios para ser llenados por personajes indeseables, con honrosas excepciones.

Guayaquil no merece estos hijos. No pueden ser los hijos de octubre. Imposible que provengan de la estirpe de los próceres que nos dieron la libertad. No. Entonces, ¿qué estamos haciendo las generaciones mayores? ¿Qué estamos dejando de hacer? ¿Acaso somos demasiado complacientes y estamos enseñando mal con el ejemplo? ¿Tal vez somos permisivos y con valores cada vez de menor altura?

He paseado por la columna de los próceres, he visto la obra musical de la Fragua de Vulcano. Me he deleitado con los discursos del bicentenario. No es suficiente. Como madre de guayaquileños, y guayaquileña de corazón, quiero quedarme con los otros hijos de octubre, con los que me recuerdan el honor y la gloria de esta Perla libre por 200 años.