Omisión e indiferencia
Al escribir estas líneas, 16 de los asesinados no pueden aún ser identificados, por el estado de sus cuerpos torturados y quemados…
Seguramente muchos de mis lectores recordarán el impacto de ‘Expreso de medianoche’, aquella película de 1977 basada en una historia real que narraba el espanto de una prisión turca, a donde fue a parar un norteamericano por traficar hachís. El filme mostraba la miseria humana, la degradación a la que llegaban los hombres encerrados en aquel penal, donde la vida no valía nada.
Nunca pensé que las escenas de aquella película irían a perfeccionarse en crueldad e indignidad en la misma ciudad donde vivo, teniendo como agravante que muchas de las víctimas no habían sido sentenciadas, por tanto eran presuntos inocentes. Erick Ortiz, quien ya contaba con boleta de excarcelación para ese viernes fatal, no sobrevivió. Tampoco se salvó un padre de familia, preso por no haber podido pagar dos pensiones alimenticias. Helen Maldonado, transgénero, murió sin haber tenido un juicio. El padre de John Jairo y Jomaira Campuzano, contador de una empresa cuyos dueños se rifaron millones de dólares, fue ejecutado sin piedad… Hubo degollados, desmembrados, quemados… Al escribir estas líneas, 16 de los asesinados no pueden aún ser identificados, por el estado de sus cuerpos torturados y quemados…
En ninguna de las intervenciones de las autoridades hubo el reconocimiento del pecado de omisión; de lo que se pudo haber hecho y no se hizo para evitar esta masacre.
El lunes 15 de noviembre, cuando el terror había dado paso a cierta calma en la prisión más grande del país, más de mil militares y policías ingresaron con tanquetas y carros del ejército, sin que ninguna autoridad pudiera explicar por qué ahora sí entraban los uniformados a la penitenciaría, cuando pudieron haberlo hecho el viernes.
Desde las 19:00 de ese 12 de noviembre se escuchaban disparos y detonaciones. La cuenta de Facebook del usuario Heisenberg German transmitía en vivo la imagen del corredor del pabellón 2, oyéndose la súplica de los reos por el ataque de otros presidiarios. La matanza era indiscriminada y de los causantes no se conoce aún la identidad. Solo siete horas después de haberse iniciado el ataque a la llamada área transitoria y el pabellón 2, la policía entró al penal. La comandante general Tanya Varela intentó justificar la tardanza en la falta de condiciones para el ingreso de los policías.
En ninguna de las intervenciones de las autoridades hubo el reconocimiento del pecado de omisión; de lo que se pudo haber hecho y no se hizo para evitar esta masacre. Muchos dirán que el lamento no traerá de vuelta a ninguno de los masacrados; es cierto, el pasado no vuelve, pero el arrepentimiento persigue y si no se admite, cinismo se llama.
Hoy se conoce que fuentes de inteligencia conocían de antemano que se preparaba un ataque al pabellón 2, donde normalmente se instalaba a sujetos con prisión preventiva o reos con delitos menores, no peligrosos. Tres de ellos se salvaron por una jugada cruel. Resulta que habían sido ‘fichados’ por otros reos como blancos de chantaje. Horas antes de la masacre fueron ‘secuestrados’ y llevados a otro pabellón para pedir a sus familias un ‘rescate’. Solo el pago de varios miles de dólares iba a permitirles volver al pabellón 2. Cuando los uniformados los encontraron (secuestrados) dieron gracias a Dios por sus vidas.
Con mucha tardanza el presidente Guillermo Lasso anunció siete acciones a manera de un plan de seguridad. Quisiera creer que se trata de una receta apropiada para esta enfermedad que carcome el sistema penitenciario nacional. Es pronto para saberlo. Pronto también para dejar de creer que otra masacre se avecina, disfrazada por ejemplo de ‘suicidios’. Más de 300 asesinados en las prisiones de Ecuador en lo que va del 2021 es una cifra horrenda que nos pinta de rojo cuando se habla de violencia carcelaria en el mundo. ¿Se hubiera podido evitar esta masacre? Sí, pero ya sabemos que el ‘hubiera’ no existe.