El pasado, el maestro
Lo ocurrido en Ecuador, replicado en Chile, Colombia y Bolivia, fue parte de un plan de desestabilización, ideado y financiado desde el socialismo del siglo XXI.
El pasado no existe. Los sabios y los místicos lo han dicho todo el tiempo y de todas las maneras posibles y tal parece que los humanos comunes y corrientes no terminamos de entenderlo, peor aceptarlo. Aun cuando intentemos revivir el ayer, con la máxima fidelidad, vamos a encontrarnos con la trampa de la memoria, que almacena subjetivamente los recuerdos. Una trampa que va siendo mayor y peligrosa conforme los años pasan y de la que no se sale cuando se obliga al pensamiento a torcer los hechos, recreando mentiras y repitiéndolas para narrarlas de modo que parezcan verdades.
A estas lecciones de vida volví cuando un grupo de dirigentes sociales e indígenas, reunidos en el parque de El Arbolito en Quito, intentaron recordar antojadizamente los hechos ocurridos en octubre de 2019 en la capital de la república. Para quienes daban los discursos en este primer aniversario de aquellas protestas, la violencia vino de parte de la policía; los desmanes no tuvieron importancia. La sangre solo corrió entre sus seguidores; los periodistas jamás fueron secuestrados en el Ágora de la Casa de la Cultura. Las imágenes que mostraron los canales de televisión no reflejaron la verdad...
Los discursos fueron parte de una serie de actividades de tipo intelectual que incluyó el lanzamiento del libro ‘Estallido: la rebelión de octubre en Ecuador’, de autoría de Leonidas Iza, Andrés Tapia y Silvia Bonilla. Una obra bien escrita, con una óptica evidentemente dirigida a justificar las acciones de hace un año.
Muchos dirán que no vale la pena detenerse en estos asuntos. Incluso aconsejarán no darles importancia. No estoy de acuerdo. Si permitimos visiones descabelladas y mentirosas de las protestas de octubre, sin hacerles frente, terminaremos como los adoradores del Che Guevara para quienes solo existe la imagen romántica y valerosa del revolucionario que dio la vida por sus ideales; cuando hay otro rostro, el del guerrillero sin piedad, responsable de juicios sumarios, que ordenó cientos de ejecuciones en la llamada Fortaleza de La Cabaña. A propósito de haberse recordado un aniversario más de su muerte en Bolivia, un informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos ha contabilizado 638 fusilados oficialmente y otros 165 fusilados sin juicio previo, en los inicios de la Revolución cubana.
Quienes luchan por restablecer verdades históricas, coinciden en que se debe empezar lo antes posible, pues el tiempo puede convertirse en un enemigo implacable, más aún cuando la prensa independiente, concentrada en lo urgente, diluye su rol de ser un antídoto contra el olvido. Yo no quiero que mis hijos y sus hijos lleguen a desconocer que lo ocurrido en Ecuador, replicado en Chile, Colombia y Bolivia, fue parte de un plan de desestabilización, ideado y financiado desde el corazón del socialismo del siglo XXI.
El pasado no existe, pero puede reeditarse si lo permitimos, si no tomamos en serio las lecciones que nos dejó, y una de ellas tiene que ver con la deuda histórica con los sectores indígenas de nuestro país. De esa sed de justicia se aprovecharon políticos, dirigentes y agentes extranjeros que metieron fuego y horror a la protesta, llegando a convertir al centro de Quito en una zona de guerra.
Lo ocurrido marcó al país, sobre todo a la capital. Marcó a los quiteños, marcó a los ecuatorianos. Pero eso no significa que tengamos que volver a aquello, porque no hay manera de vivirlo de nuevo. Se convierte, eso sí, en un maestro amoroso o doloroso dependiendo de la manera en que lo dejamos ir, de soltarlo. Y vaya que tenemos tanto por soltar, por quitarnos de la espalda pesos que no nos corresponden, por ‘honrar el camino’ de aquellos a quienes amamos, sin poder entregarles soluciones que solo están en sus manos. Ojalá lo comprendiéramos. El pasado no vuelve, pero qué gran maestro es.