Primer domingo de Adviento
Lo importante es que podremos celebrar, encender la primera vela, cantar villancicos. Y vaya que motivos sobran: estamos vivos, en paz. Sanos y salvos
La pandemia nos ha obligado a cambiar. Nos ha puesto cortapisas a eso que llamábamos libertad. Ya no hay parranda sin fin; ni cadena de cocteles de diciembre. Ahora tenemos que pensarlo dos veces antes de visitar a los amigos, más aún a los parientes mayores, a los propios hermanos con quienes nos veíamos con frecuencia. Hoy, que arrancamos la época de Adviento, esos 4 domingos previos a la celebración de Navidad, todo es diferente.
La gente querida a la que solía recibir alrededor de la corona de Adviento y 4 velas que iban encendiéndose semanalmente, en un rito de origen pagano pero admitido por el cristianismo, no puede venir a casa y en las excepciones, lo común es que no haya saludos, mantener la distancia y limitar la interacción. Admito que me hacen falta los abrazos, pero decido no poner resistencia a esos cambios que llegaron para quedarse.
¿Por qué? y ¿para qué?, las respuestas dependen de quien se hace tales preguntas. Pero hay una suerte de entendimiento general sobre la actitud que estamos llamados a cumplir y es fluir. Fluir y no resistir; dejar que el viento nos despeine, que la vida nos sorprenda y hallemos alegría y belleza en todo eso. No hay demasiado espacio para actuar de otra manera, es lo que hay, punto. Y en nosotros está en tomarlo bien y disfrutarlo, o dejar que la rabia y el reclamo nos lo amarguen todo.
Cambia tu visión de las cosas; eleva tu perspectiva, elévate simplemente, suelen decir con toda razón los maestros. Una película, inolvidable para mí, nos hacía ver al protagonista guiando a un grupo de personas hasta la acera de una concurrida calle en Manhattan al caer la tarde. -¿Qué ven?- preguntaba al grupo. Las respuestas eran prisa, enfado, caos. Luego llevaba al mismo grupo al ascensor del edificio que había en el sitio, que daba a una enorme terraza de un piso muy alto. Entonces el protagonista volvía a preguntar: -¿Qué ven-? Y las respuestas eran suspiros, paisajes, postales, poesía. La conclusión es que la perspectiva con que miras las cosas, marca la diferencia.
Es posible que en la pandemia estemos enfocados en el miedo, en el peligro del contagio, en la crisis económica, en la grieta de la rabia que abochorna nuestra sociedad. ¿Y si cambiamos de enfoque? ¿Y si elevamos nuestra perspectiva? Estaremos entonces abiertos a otras posibilidades. Mejores, optimistas, alegres.
Hoy, domingo, seremos muy pocos en mi mesa. No tendré que sacar platos extras, ni preparar galletas adicionales. Haré el intento por disfrutar de una mesa chica, y escuchar con mayor detenimiento a mi hija, por ejemplo. Estoy segura que mi hermano Gustavo dirá a manera de broma -mientras menos bocas, más me toca- y nos reiremos. Lo importante es que podremos celebrar, encender la primera vela, cantar los primeros villancicos. Y vaya que motivos sobran: estamos vivos, en paz. Sanos y salvos. Con la familia completa y un lugar donde pernoctar.
Así que dejemos de lamentarnos por lo que nos falta, por las ausencias, por los recuerdos. Ya vendrán tiempos mejores y cuando lleguen, no podremos olvidar estos, que nos dan oportunidades que de otra manera no habrían llegado.
Admito que me faltan los abrazos, pero me consuelo con las razones que sobran para reemplazarlos con palabras sentidas, guardadas, que tal vez no pude pronunciarlas antes.
Si celebra los domingos de Adviento como yo, hagamos el intento de disfrutarlos con lo que hay, con los que estén…