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Ilustración del doctor Gustavo Noboa
Ilustración en homenaje al doctor Gustavo Noboa, expresidente del Ecuador (+)Ilustración Teddy Cabrera

'Rondita de cachos' en el cielo

El expresidente ha merecido todos los homenajes. El luto nacional oficial. La capilla ardiente en la Universidad Católica de Guayaquil.

Muchas veces le pasaba, sobre todo cuando daba largas caminatas en la playa. Lo saludaban con respeto y frases de admiración por lo que había podido hacer desde la Presidencia de la República, y entonces le pedían una ‘rondita de cachos’. Y aunque regularmente sonreía como respuesta y seguía adelante, otras veces se detenía para echarse un cuentito corto que provocaba risas y que difícilmente llegaba a ser un ‘cacho colorado’ (así les dicen a los chistes de doble sentido).

Gustavo Noboa evidenciaba así la mayor satisfacción que sentía como expresidente del Ecuador: poder caminar en paz, en medio del cariño de la gente, sin el temor de ser reclamado, agredido, insultado... En realidad este pueblo al que tantas veces se lo tilda de ignorante, sabe tratar a sus líderes como debe ser.

El expresidente ha merecido todos los homenajes que le han dado. El luto nacional oficial. La capilla ardiente en la Universidad Católica de Guayaquil. El pronunciamiento de líderes internacionales. Las condolencias públicas para sus familiares. Las plegarias en tantos hogares por el descanso de su alma.

Se ha dicho tanto sobre él en estos días y cuánta verdad en las historias que se han contado. No solo desde su accionar como primer mandatario, o como maestro formador de juventudes, sino desde su vida de familia, que giraba en torno a su esposa María Isabel y los seis hijos que procrearon.

Elegante, siempre de traje, en los últimos tiempos usaba bastón y hasta silla de ruedas. Podía hablar horas de sus vivencias cargadas de comentarios graciosos y hasta sarcásticos y no tenía empacho en llamar a las cosas por su nombre. Quizás por su edad, o el reconocimiento general de la validez de sus opiniones, lo habían convertido en una especie de libro abierto, sin páginas oscuras.

Lo conocí y lo entrevisté como maestro y rector universitario, y después como vicepresidente. Y al asumir la jefatura de Estado tras el derrocamiento de Jamil Mahuad, hice varias coberturas a su gestión como mandatario, incluyendo su visita oficial a China.

Las ‘ronditas de cachos’ no faltaron en ese periplo, aunque había poco espacio para departir con el presidente, como es normal. Mi admiración hacia él creció cuando lo entrevisté en República Dominicana, al final de su autoexilio de dos años provocado por la persecución de la que fue víctima. Había sido acusado de mal uso de fondos para la renegociación de la deuda externa, por una operación contable que no supuso el desvío o manejo personal de un solo dólar. La justicia anuló el juicio y le dijeron que podía regresar al Ecuador. Con un equipo de Ecuavisa lo acompañé en el vuelo de retorno. Me quedó claro que no tenía sed de venganza. Su corazón inmenso no era capaz de sentir odio. Quería perdonar y vivir en paz.

No fue tan sencillo. Su retorno no le garantizó la libertad plena y debió esperar una amnistía concedida por la Asamblea Constituyente de Plenos Poderes de Montecristi, en los inicios del correísmo. Muchos creen que Rafael Correa metió la mano hasta el fondo para beneficiarlo con ello; otros lo entienden como un acto de justicia para un exjefe de Estado perseguido ‘como perro con hambre’ por otro.

Noboa nunca creyó que la amnistía de Montecristi lo condenaba al silencio y como resultado Rafael Correa lo despreció y lo puso en su larga lista negra.

En una de sus últimas entrevistas en vivo, con Luis Eduardo Vivanco, este le preguntó a Noboa: “¿Qué pasó con Rafael Correa? ¿Qué hizo mal? ¿Cómo dejó de ser uno de sus pupilos queridos”. “Voy a decir algo que les va a sorprender, la verdad”, dijo Noboa, agregando: “Yo tengo seis hijos con María Isabel; muchos hijos espirituales, decenas de hijos espirituales; y uno o dos hijos de puta”. El entrevistador y el público estallaron en risas imaginando a quién se refería. Gustavo Noboa permaneció serio. Solía decir verdades en tono de chiste.

No era broma su preocupación por este proceso electoral ecuatoriano y puedo imaginarlo opinando, discutiendo, aconsejando. Cuando se recuperaba de una cirugía en Estados Unidos, le sobrevino un infarto y murió el martes de carnaval, 16 de febrero. Lo acompañaba como siempre María Isabel y la oración de millones de ecuatorianos. El cielo lo espera, presidente Noboa, para una ‘rondita de cachos’ y más.