Estados alterados
El tema de la virilidad y la soberbia surgen en cualquier lugar de la ciudad. Son mucho más perceptibles en las vías de primer y segundo orden, calles, autopistas y ciclovías.
Mucho se habla de la manera de ser de los ecuatorianos, y de los guayaquileños en particular. Parece que la prepotencia, uno de sus rasgos más comunes, está dada por la posición social, en otros casos por el dinero, y también por el número de tatuajes y la cantidad de músculos distribuidos, casi siempre, en la parte superior del cuerpo, de manera que vistos de pie y en perspectiva, tienen la apariencia de un paracaídas.
El otro día, y por todo lo que se ve a diario, tomé el ascensor en mi piso y en el siguiente, lo abordó un atlético joven que ocupó la mayor parte del espacio disponible, por lo inflado que se mostraba, y cuya piel llena de tatuajes parecía un lienzo en el que estaba descrita su vida y milagros.
Los músculos del torso pugnaban por salir del encierro al que los sometía una camiseta de hilo y su respiración agitada arrojaba grandes cantidades de esfuerzo y oxígeno usado. Cuando descendió, en la planta baja quedó flotando en el aire, una dosis muy fuerte de esteroides que debí respirar y las consecuencias las viví al descender en el sótano, al salir caminando henchido de musculatura mental que provocó más de una risa contenida entre mis amigos.
El tema de la virilidad y la soberbia surgen en cualquier lugar de la ciudad. Son mucho más perceptibles en las vías de primer y segundo orden, calles, autopistas y ciclovías. Basta que un semáforo ponga orden al caos vial que soportamos con el genio echado a perder, para que el respeto que algunos parroquianos deberían tener por sus congéneres, sea invalidado justo cuando precisa tomar la delantera porque le nace de la ausencia de valores, violando toda norma de cortesía e imponiendo la ley del más sabido.
Con seguridad le ha ocurrido a usted, y si no ha sido así en algún momento le pasará. Un conocido mío capitalino, que reside hace un año en Guayaquil, me preguntaba hace un par de días por qué las personas no respetan el carril respectivo y desconciertan a quien va detrás tratando de cambiar de vía ante la inseguridad de ignorar qué es lo que quiere hacer ese que le antecede en la ruta.
Tampoco utilizan las luces direccionales para girar a la izquierda o derecha y hay que adivinar, con cuidado, hacia dónde se dirigen. Otros arrojan basura en las vías o llevan los parlantes al máximo de volumen, tan alto que les impide escuchar el pito de otro vehículo empeñado en hacer respetar el lugar escogido o para prevenirle sobre algún peligro inminente. La sordera de conveniencia es un problema.
No pueden faltar quienes tratan de emular a Emerson Fitipaldi o cualquier otra estrella del automovilismo, empeñados en ir tan rápido como les permita el vehículo y el combustible. La mayor parte de los accidentes automovilísticos ocurren por la imprudencia de estos competidores. .
Y no puedo ni debo olvidar a quienes vulneran por su cuenta y riesgo el espacio del parqueadero público, y lo hacen a conciencia cuando se toman la mitad del siguiente, no sé si es para evitar posibles roces de los vehículos contiguos o porque les nace de los cojones. También se da el caso de los que llegan apurados a disputar el sitio y entran raudos, ante el reclamo airado por el pequeño espacio que estaba esperando otra persona. El intercambio de insultos, ante el abuso, casi siempre degenera en un conato de enfrentamiento a golpes con la amenaza previa de “no sabes con quien te metes” o “se ve que nunca te han partido la trompa”. Si la víctima de la agresión es mujer, con toda seguridad saldrá a bailar el “a ver si con mi esposo eres tan valiente” sin saber el marido en que lo están metiendo a sus espaldas.
¿Qué habremos hecho mal en esta ciudad para merecer tal comportamiento callejero? ¿Qué parte le corresponderá a la sociedad para que no ocurra? Mi abogado sostiene que a los padres de la Constitución nunca les interesó los pesares cotidianos del ciudadano común, porque apenas es una pequeña cifra en el universo de los problemas nacionales, algunos tan sensibles y graves que es mejor no quejarnos por simplezas de la vida.
Y claro que analizándolo bien, tan subjetivos no son ante el clima de violencia que atemoriza al país, y trae enormes posibilidades de que si protestamos por algunos de estos abusos descritos, tengamos que enfrentar a cualquier gatillero Tiguerón, Lobo o Latin King, que ahora abundan en los cuatro puntos cardinales de Guayaquil. También puede ser un joven iracundo acostumbrado a tirar paro de macho, aun cuando el físico no le dé para tanto; digo en el enfrentamiento a puño limpio como antes, cuando éramos chiros, anónimos y felices.