Ilusión de normalidad y riesgos empresariales
El panorama laboral está experimentando cambios irreversibles: trabajo remoto, virtualidad, modelos híbridos, marcan diferencia con los años pre-COVID.
Empresarios y directivos están acostumbrados a tener preocupaciones , más aún en entornos inciertos y volátiles como el de los últimos 18 meses. La planificación permite liberar algunas preocupaciones por la noción de control que conlleva. Ante la dificultad para planificar de manera habitual, tocaría manejar escenarios, identificar riesgos, evaluarlos, priorizarlos, etc., para contar con cursos de acción alternos.
La consultora KPMG produce anualmente el CEO Outlook, que recoge la percepción gerencial sobre los riesgos para el crecimiento empresarial, productividad, entre otras variables, a nivel global. Así, el CEO Outlook 2019 ubicaba al riesgo de talento en la penúltima posición, precedido por cambio climático, tecnología, y seguridad cibernética. El siguiente Outlook, a inicios de 2020, ubicaba este riesgo en la posición 11 de 12 riesgos; la medición de julio- agosto de 2020, lo colocaba en primer lugar, seguido del riesgo de la cadena de suministro. Se hace evidente que la afectación de la población y de los empleados y directivos estaba presente en la mente de los ejecutivos, así como la pérdida de empleo, el teletrabajo, y todo lo inherente al desempeño de las personas en una organización. Por el contrario, para 2021 la ilusión de normalidad interviene minimizando la importancia del riesgo de talento; este regresa a la posición de inicios de 2020, volviéndose prioritaria la seguridad cibernética, sin duda importante mientras más crece la transformación digital de las compañías.
El panorama laboral está experimentando cambios irreversibles: trabajo remoto, virtualidad, modelos híbridos, marcan diferencia con los años pre-COVID; la necesidad de reducir contacto entre las personas para evitar contagios ha conducido a un crecimiento anticipado de la automatización. Estos cambios impactarán en actitudes hacia el trabajo y comportamientos de las personas, en necesidades de entrenamiento y la consiguiente inversión en capital humano, en regulación laboral, etc.; nuevos hábitos de trabajo y vida implicarán también cambios más profundos en la cultura de las organizaciones.
La percepción de riesgos de los altos directivos parecería recoger la ilusión de recobrar la estabilidad perdida, más que una preocupación por estar preparados para escoger un nuevo curso de acción. El conjunto de alteraciones a nuestra vida y trabajo, mantienen al riesgo de talento en primera plana, y monitorearlo, priorizándolo, hasta que el sistema se estabilice, es imprescindible.