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Modernidad artificial

Avatar del Willington Paredes

Guayaquil, buscando destino de progreso, tiene presencia, huidas y burlas a la modernidad. Sus élites socioeconómicas, políticas, culturales y gubernamentales no sintonizan ni valoran la importancia de su medioambiente y hábitat. Por eso violentan su espacio socionatural. También pasa con su historia arquitectónica y urbanística, pues algunas ideas, proyectos y obras “de transformación” son torpes razones-acciones de modernidad artificial.

Las entradas de mar, en los esteros de Puerto Elisa, av. Quito, Cristo de Consuelo, etc., perdieron espacio. Se rellenaron, tapando la salida de aguas invernales. También los cerros. La nueva topografía no fue logro de expansión ni “progreso” socioespacial sino destrucción. Los puentes le quitaron cauce al Guayas (como el Santay). Todo esto crea una modernidad artificial sin progreso. Son “obras funestas” de urbanistas y políticos que dañan el hábitat, paisaje y medioambiente que requiere la ciudad. Lo efectúan con ignorancia de la modernidad histórica, gobernantes, líderes, políticos, etc. y con “delirante originalidad” sobre el Guayaquil histórico, aumentando la “modernidad artificial”. Es falso progreso que destruye la matriz geonatural, medioambiental, hídrica, ecológica, sociohistórica, cultural y urbanística, de quienes pretenden “refundarla” destruyéndola.

Esto es pura modernidad artificial de quienes quieren reorganizar la urbe con pastiches de obras creadas por empresarios, urbanistas y “fundadores” del “nuevo Guayaquil”. Este delirio no tiene piso ni sustento histórico, ni vínculo con las ideas de Olmedo, Rocafuerte, Pedro Carbo y prestigiosos historiadores que no creyeron en “invenciones” urbanísticas de café o de escritorio sino que la buscaron en su historia real: la que describen Jorge Juan y Antonio de Ulloa, el informe de Zelaya, Baleato, Carbo, Wolf y los de la Comisión para el Estudio de la Cuenca del Guayas. Octavio Paz decía que hay una “venganza histórica” pues las culturas se burlan de esta modernidad artificial e impuesta. Ojalá se den cuenta de que no es posible construir edificio ni ciudadela alguna en un islote de lodo y sedimentos, y que hay que respetar la historia hídrica de Guayaquil y su río, como fue el llamado de Pedro Carbo en 1881.