Galo Martínez Merchán: un ilustrado auténtico
Lo conocí hace más de 30 años, cuando me invitó a colaborar en esta columna. Desde ahí hicimos una amistad intensa, continua y profunda.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!, decía el poeta César Vallejo. Eso vive el periodismo del país, este Diario, la familia Martínez y yo. Se fue a la eternidad uno de los últimos ilustrados guayaquileños. Un paradigma del accionar honrado y ético del periodismo, prensa libre, democracia y civilismo. Partió el libre pensador de amplia y plural visión moderna del mundo social y la política, que lo llevó al compromiso en vida, palabra, espíritu y obra, sabiendo que los diarios reflejan la historia social viva.
Lo conocí hace más de 30 años, cuando me invitó a colaborar en esta columna. Desde ahí hicimos una amistad intensa, continua y profunda. Me regocijaban sus diálogos. Siempre encontraba en Don Galo un hombre comprometido con la acción comunicativa, un humanista auténtico, sin poses. Me asombró y admiró el profesional del derecho que cobijaba y dejaba hablar al intelectual muy versado. Nos recomendábamos lecturas. Me sugería algunas, yo lo hacía con otras. Dialogábamos de música clásica, pensamiento aristotélico, ilustración francesa, las grandes transformaciones de las sociedades modernas: la revolución francesa, inglesa, de EE. UU. También sobre historia nacional: Olmedo, Rocafuerte, Alfaro, etc. Siempre salí feliz y convencido de que dialogaba con un amigo de ruta de búsquedas intelectuales y lecturas inacabables. A través de él conocí a Kapuscinski, que me enseñó lo que él había hecho carne y vida: “El verdadero periodismo es intencional… Se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar, de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. Para ejercer el periodismo… hay que ser un buen hombre, o una buena mujer... Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás… sus dificultades, sus tragedias”.
Me duele su partida. Retengo en mi memoria sus diálogos con sabor, aroma y fragancia de las palabras llenas de sabiduría de orientación futura. No del viejo sabio sino del hombre de la vida auténtica, honrada y de verticalidad ética. Se lamentó y sufrió la perversión y corrupción de la política actual. Repudió el totalitarismo como todo hombre libre. Así murió.