Xavier Flores: Sucre y la mala siembra
Estas últimas palabras se dijeron una tarde de hace 95 años, pero siguen tan vigentes.
Cuando se cumplieron los 100 años de la batalla de Tarqui, la Asamblea Nacional comisionó al poeta cuencano Remigio Crespo Toral (1860-1939) para que rinda un homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre con el depósito de una ofrenda y el ofrecimiento de un discurso. El acto se cumplió en Quito, ante el monumento a Sucre, sito en el corazón de la plaza de Santo Domingo.
Remigio Crespo Toral fue abogado, político y diplomático; diputado por el Azuay en varias ocasiones y rector de la Universidad de Cuenca; fundador de un periódico, una revista y un banco; miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, escritor y poeta. Desde 1917, él era el ‘poeta coronado’ (le ciñeron una corona de laureles en una ceremonia pública a la que asistió el presidente Baquerizo Moreno, otro poeta). En su vasta obra poética consta un Canto a Sucre, publicado en 1897. La mirada y las formas del poeta palpitan en su discurso a Sucre.
Aquel día que Crespo Toral ofreció su discurso, él no consideró que pudiera haber una vida más trágica que la del cumanés Antonio José de Sucre, a punto tal de tornarlo a Sucre un personaje de tragedia griega: “El grande hombre era el perseguido de la fatalidad, a manera de uno de los personajes de Esquilo o de Sófocles. Como ésos sin ventura de la progenie de Edipo, había de ser infeliz más allá de la tumba”.
En su discurso, Crespo Toral recuenta el fraccionamiento de Colombia en pedazos, lamenta la muerte de Sucre en Berruecos (“El Mariscal ha muerto: rueda su cadáver en el fango del sendero… Nadie recogió el último aliento y su postrer adiós”), deplora el pronto olvido de su esposa quiteña. Deplora, también, “su entierro vergonzante, como el de un malnacido”. Y aun vincula el terremoto de Cumaná, ocurrido en enero de 1929, a la lista de desgracias de Sucre: “¡Lógica tan dura la del infortunio, que no se quiebra jamás! Todo lo que a Sucre toca parece contaminado de tragedia. En estos días, su Patria, la heroica Cumaná, acaba de romperse y trocarse en polvo, en la epilepsia del terremoto. ¡Que de él no quede ni hasta la cuna!”.
Entonces reflexionó Crespo Toral sobre lo que significó la muerte de Sucre para la suerte del Ecuador: “De su muerte arranca el trágico destino del Ecuador. A vivir él, nuestra patria, bajo su égida y al brillo de su nombre, no habría sido entregada a la rapacidad extranjera, ni se hubieran burlado los pactos ni los caudillos del Patía habrían logrado la mutilación del Ecuador”.
Por supuesto, Crespo Toral reconoció los enormes méritos de Antonio José de Sucre, a quien declaró tributarle “nuestro homenaje de admiración y gratitud”. Por ello se apresuró a exculparlo: “Si no dio fruto su siembra, culpa será no del sembrador, sino de la mala tierra y de los hombres peores que ella”.
Aquella tarde del 27 de febrero de 1929 que se leyó este discurso la imagino fría y lluviosa, y a su lector, Remigio Crespo Toral, filoso y cortante. Lacerante: “Hemos vivido hasta hoy gastando todos los sentidos y las fuerzas todas en la lucha intestina, sin visión de la frontera y sin la conciencia, que deriva de la Historia…”, tal fue su conclusión.
Estas últimas palabras se dijeron una tarde de hace 95 años, pero siguen tan vigentes.