Editorial | Ciudades que mueren

El terror se tomó primero Esmeraldas, pero nadie hizo nada. Lo mismo está ocurriendo en Durán y Pascuales, aledaños a Samborondón y Guayaquil

El país entero está siendo azotado por la delincuencia, pero hay ciudades que están sufriendo las consecuencias desde otra dimensión, sin que las autoridades ni la sociedad civil se organicen para lograr poner un freno a los robos, extorsiones y masacres que tienen desconcertados a todos los habitantes y que poco a poco van matando la poca actividad económica que allí subsiste. Son ciudades invivibles, en una agonía progresiva.

El terror se tomó primero Esmeraldas, pero más allá de causar conmoción entre los quiteños -por su cercanía- y en el país entero, nadie hizo nada. Lo mismo está ocurriendo en Durán y en ciertos sectores de Pascuales, aledaños a Samborondón y a Guayaquil, donde el crimen se expande sin control, y donde parecería que no se concibe otra solución que vaya más allá de blindar garitas o contratar guardaespaldas. El reguardo militar y policial también escasea. Nadie hace nada.

No podemos acostumbrarnos a que a diario se den asesinatos. No podemos normalizar el vivir con miedo y esquivando balas. El nivel delictivo que experimentamos debe llevar tanto a autoridades como a gremios a plantear otro tipo de acciones, como el efectivizar resguardos en puntos críticos, crear cordones de seguridad coordinada y permanentemente. Solo así podremos recuperar algo de la añorada paz.