Editorial: La voz de un estadista

Tras hacer un inventario descarnado de la herencia que recibe, trazó el camino que ha decidido para sacar a su país de la terrible situación económica

El discurso de posesión del presidente de Argentina fue un ejemplo de cómo los mandatarios pueden comunicarse con sus mandantes con franqueza y, sobre todo, cargando de contenido a lo que dicen. Tras hacer un inventario descarnado de la herencia que recibe, trazó el camino que ha decidido para sacar a su país de la terrible situación económica y moral en que está. Con honestidad, rompió con la tradición dominante en la región de no mencionar la palabra ajuste, y con convicción manifestó que ese ajuste sería de ‘shock’ por no existir otra alternativa. Hizo énfasis en que producirá grandes sufrimientos durante los meses iniciales o el primer año de gobierno, pero señaló un horizonte y sustentó sus decisiones con argumentos claros y sólidos, resultantes de haber expuesto y discutido exhaustivamente y en todos los foros posibles la realidad argentina actual, devolviéndole el valor al debate. Abordó asimismo, el combate a la corrupción y a la impunidad, dejando en claro que si bien no habrá persecución, se sancionará a quienes cometan delitos.

Más que un discurso, la intervención del flamante mandatario fue un ejercicio real de pedagogía, que ojalá haya sido escuchado por la clase política ecuatoriana, para que deseche los discursos vacíos que solo encubren sus verdaderas agendas particulares.