Rescatar el debate político

Puede parecer añoranza de tiempos mejores, pero es sentimiento compartido por la ciudadanía’.

Sin duda, entre otras acciones sustantivas del quehacer político, una que lo ennoblece es la utilización del debate, concebido como un mecanismo esclarecedor que facilita el logro de consensos razonados, permitiendo superar las denominadas “aplanadoras” de las mayorías circunstanciales y también la banalidad de las argumentaciones.

Obviamente, y hace falta insistir, la posibilidad de un debate con la altura requerida presupone ciudadanos que en el ejercicio de la política cuenten con el suficiente arsenal retórico y la preparación mínima que se espera de quien, al menos, pueda leer correctamente el discurso elaborado por sus asesores.

Caben estas reflexiones cuando comienza a despuntar la carrera por la captación de las dignidades seccionales. Un alcalde, un prefecto, son autoridades de alto rango cantonal y provincial que no pueden avergonzar a sus representados u ofender la dignidad de su cargo, sea por escasa estatura intelectual o, peor todavía, por la carencia de sentido ético.

Por supuesto, la posibilidad del debate también está sujeta al cumplimiento de la obligación de presentar planes de desarrollo, de modo que se pueda escoger entre las distintas visiones y quien resulte victorioso tenga, al menos, una guía que oriente el cumplimiento de sus tareas.