El Animero, una tradición de fe en Patate, Tungurahua
Este cantón tiene una rica herencia cultural y su reconocimiento se transmite de generación en generación
Luis Guamán sabe muy bien que un animero es quien guía a las almas a su descanso eterno, y es esa enseñanza la que transmite a los nuevos miembros interesados en mantenr el legado. “Nosotros rezamos por todas las almas y guiarlas a un descanso eterno”, comenta . Viste el traje blanco que lo identifica como animero.
Desde el 15 de octubre hasta el 1 de noviembre, de manera ceremonial, salen quienes han asumido la responsabilidad de continuar con esta tradición, que ya tiene 110 años en el cantón.
Según Guamán, en Patate, Tungurahua, es el único lugar donde se realiza este ritual, el cual fue heredado de los jesuitas. “Allá por el siglo XVII, el animero era una figura relevante en las sociedades campesinas de Europa”, explica.
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Guamán es uno de los más antiguos del grupo de animeros, con 25 años de experiencia. Comenzó su labor con los pioneros, algunos de los cuales ya han fallecido. Para ser animero, se requiere fe y vocación. Quienes muestran interés son primero invitados a rezar, y luego se les lleva a un lugar apartado, donde practican el canto. Si su voz no es adecuada, se les enseña a tocar la campana, que pesa entre 15 y 20 libras. La ceremonia comienza con tres campanadas, tras lo cual inicia el rezo del pregonero.
Patate, un lugar conocido por su apacible belleza, su rica herencia cultural y su reconocimiento como ‘Pueblo Mágico’. Entre las tradiciones que han resistido el paso del tiempo, destaca una en particular: la del animero. Este ritual conecta a sus habitantes con la memoria de sus antepasados.
El animero de Patate es una figura simbólica. Esta tradición, cuyas raíces se remontan a la época colonial, fusiona costumbres indígenas con influencias religiosas españolas. El blanco de su vestimenta simboliza pureza y respeto hacia los difuntos, reflejando el profundo arraigo espiritual que esta figura representa para la comunidad.
Durante más de un siglo, el animero ha sido el guardián de esta costumbre, transmitiéndola de generación en generación.
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